Del mismo modo que grandes victorias políticas se han verificado perdiendo el norte moral –tomando al fin como medio, por ejemplo-, así también hay victorias éticas que deben asentarse únicamente sobre grandes derrotas políticas. Así de trágico es el caso de la impunidad en Uruguay.
Cada derrota nuestra en la lucha política por la verdad y la justicia, nos laurea heroicamente al convertirnos en verdaderos Antígonas dispuestos a soportarlo todo con tal de mantener en alto el valor de nuestras convicciones éticas irrenunciables.
Porque sabía las habas que allí se cuecen -todo preparado y más cocinado que raviolada de mesón-, y ante la invitación de cientos de amigos para que fuera a apoyar la convocatoria al palacio legislativo, ayer precisamente escribí lo siguiente:
¡YO NO VOY AL PALACIO! No voy ni atado ni que me lleven a las patadas.
¿A qué iría? Los tipos que allí obran y sobran no me representan en absoluto (los más se representan a ellos mismos, y algunos, a unos partiduchos políticos que jamás serán los míos). Yo no voto y cuando voto sin más remedio, echo en el buzón un sobre vacío sin que siquiera conste la escupida anímica que le arrojo pa' sellar el caso. No soy demócrata, no soy republicano, no soy burgués. ¿A guisa de qué iría a reclamar a un lugar en el que no creo ni obligado? ¿Para que borren hoy con sus codos sucios lo que ayer escribieron con sus manos mugrientas? Yo con ciertas cosas no juego; y resulta que la pamplina anulatoria -proverbialmente librada al vuelo pour la gallerie- es un juguete leguleyo pa' quedar bien ante la platea sin que nada cambie en verdad (porque la anulación parlamentaria que se plantea es palmariamente anticonstitucional y valdrá en los juzgados lo mismo que un pedo al aire libre). Pa'l corderaje, hecha la ley, hecha la trampa.
Sólo la verdad importa -y el debido ajusticiamiento posterior que de ella se derive, claro-, y a ésta -vamos a quitarnos las máscaras- no se va a llegar mediante una estúpida imposición legal. Al que no confesó todavía, no lo van a hacer confesar por más ganas que se tenga para que haga lo contario. Allí están varios de ellos presos -casi todos los más altos jerarcas de entre los represores- y nada ha salido a la luz respecto del destino final de nuestros seres queridos; ¿qué les hace pensar que una ley podría ponerlos en situación de humanidad? Los cerdos son cerdos y sirven pa' comerlos y no pa 'conversar con ellos, salvo una muy evidente desviación venérea.
Esto siento:
Los legisladores no me representan sino que se representan a ellos mismos. Los jueces no sirven ni para dar la hora (los juicios penales retardan la justicia de sus fallos hasta volverlos injustos; los juicios civiles no le aseguran cobrar a tiempo al pobre que no tuvo pa' cautelar, los juicios laborales son un prejuicio tras otro, los juicios de familia no hacen sino deshacerlas). Respecto del Ejecutivo: la policía llega tarde si llega, el ejército no puede detener ni a un 121 en la subida, cada día los más tienen menos y los menos, más; las educación no educa, la salud sana a muy pocos, la vivienda es escasa, las jubilaciones no alcanzan. ¿Pagar impuestos? ¡Eso es ya dejarse robar!
No logro entender a qué iría al vulgar Palacio de la Burguesía; no tengo lugar allí. Ni siquiera me siento un ciudadano; orejano donde voy, pertenezco únicamente a aquello que quiero pertenecer, y sólo, mientras lo quiero; soy afecto al derecho de secesión. Soy de acá, tengo mis afectos, mi memoria, mi historia hecha de recuerdos de esta comarca; soy solidario, amoroso, me siento incluído en lo que me incluyo o incluyen sin mi oposición, pero antes que ciudadano a prepo del circo armado, muerto. Mi cédula de identidad quién sabe dónde diablos estará; seguramente en algún contenedor de basura. A la balota la uso cada tanto en invierno nomás pa' sonarme la nariz como sustituto de los pañuelos que elijo reservar pa' enjuagar mi llanto continuo.
A la Marcha del Silencio sí iré. Calladito la boca, y solo, pretendo acompañar a los deudos y dolientes en su luto ante el plan genocida del para nada bendito Estado uruguayo. Voy a fundirme en un abrazo con todos los dolientes, con los débiles, con todos los que no han tenido la suerte de ser representados por nadie. Pero a ese detestable palacio de leyes retorcidas, no voy ni que me lleven a los tirones. Antes muerto.
Es nuestro deber pues, ser ejemplares en esta causa. Nuestros hijos se merecen tener el norte ético del que careció toda nuestra generación. Aunque la esperanza sea un mal -y vaya si en este caso lo será-, bebamos de su copa hasta saciarnos. Venceremos a la muerte si nos ganamos un lugar de honor en la memoria de los que nos sigan.
Un abrazo impostergable a todos los dolientes. |