Me caigo y no me levanto si no es montaña rusa lo que lleva la madre por cerebro. Un pato vulgar pasa por estreñido delante de esta muchacha que no para de largar soruyos a cada pestañar. ¿Podrá creerse tanto subir y bajar, tanto de aquí para allá, tanto insensato cabildeo? Yo le digo a María -aunque me cueste un montón- que la madre es "la madre", y que por eso solito nomás, a ellas jamás hay que tomarlas pa'l chijete ni como juguete pa' practicar el odio y el olvido. Pero, ¡por los cuernos!, si es ir para allá unas horas y me vuelve todita machucada del coco ... Me refiero a que además de con llanto en los ojos, me llega con todo el balerito revuelto y con unas ganas de vomitar pestes y demás cosas negras que ni que hubiera ingerido mezcal. O peor, y últimamente es la nueva estrategia de esta bipolar sin remedio, me la devuelve con una confusión que ni estudiando cuántica.
_ Y, ¿cómo te fue?
_ No sé, es todo tan raro ... yo me banco que me espere con una mesa surtida de sandwiches que no debo comer y que me tiente invitándome a amasar una torta de chocolate del que tengo medio prohibido ingerir; lo que no entiendo son todos sus "sí, pero no". ¿Lo hará de gusto, papá? Hoy, fijate lo que me escupió. Dice que va a traer un cachorrito a casa ...
_ ¿Y?
_ Y que ya tuvimos; y cuando nos estábamos (con su hermana) encariñando, fue y lo regaló porque adujo que le daba mucho trabajo.
_ ¿Y ahora qué dice si le recuerdas el caso?
_ Que como yo me fui de allí entonces hay lugar para otro.
_ ¡Plop!
Un mensaje, sin dudas muy armonizador, sinérgico y empático. Con ella; quiero decir, empático y sinérgico con su propia locura. Yo ya no sé si esta mujer es o se hace; hija de puta digo. Permanentemente le vive generando culpas a la gurisa. Que si es gorda porque debe ser flaca, que si es flaca porque así no se puede vivir; que nada como una pollerita de dos dedos para el bailongo, que no, mejor sacate eso que parecés una puta ... ¿Un piercing en el ombligo?, ah, entonces sabé que no entrás más a esta casa; ¿una cuarta caravana en la oreja derecha?, ¡ah!, pero, ¡qué linda! ... y cosas así de ambivalentes e hipócritas.
La piba venía bien hasta que, ¡joder!, le espetó el viernes pasado -así y sin más- que la veía gorda. La puso a dieta todo el fin de semana a mis espaldas y la de los galenos que la tratan, y claro, a la nena le estalló el balero con tantísima razonabilidad. El lunes estaba dale que te dale con no ir más a la clínica, con regresar a la perversa manía de las dietas, y lloriqueando por cuanto espejo la reflejaba. Hube de intervenir mordiéndome pa' no pisarle un ojo con la punta del bastón que era de mi papá. Le mandé esta cartita que sigue y a partir de la cual casi sentí convertirme en Buda. Como reza:
Mirá Fulana:
Nuestra hijita está enferma; tú misma lo descubriste -a dios gracias-, y tú -como la buena madre que sos- has sido quien ha logrado darle cauce a su tratamiento enviándola a la clínica de tus amigos doctores de la calle Guaná.
Según estos dos especialistas, María no debe pesarse, no debe pensar en hacer dietas, no debe consumir productos dietéticos, no debe estar horas frente al espejo, y en suma, no debe pensar que la gordura es algo peor que la autoagresión del insatisfecho y la iterada maldad consigo misma. Debe aprender a amarse, y así, a amar a otros a partir de relaciones sanas y abiertas. No se trata de volverla una gorda feliz, sino de hacer que la felicidad resida en ella sin depender obsesiva y compulsivamente de sus kilos o de su apariencia física.
Como padres, y siempre según estos dos expertos, no le debemos replicar el problema. Su complexión, su peso, el manejo de su silueta, está ahora en las manos terapéuticas de estos dos tratantes. Podemos variar de criterio y no enviarla más. Yo estoy dispuesto a considerar este extremo (quizás crea muy vanidosamente que solito puedo curarla); pero en tanto coincidamos en enviarla allí, hagámosle caso a los médicos y psicólogos del caso.
Ponerla a dieta a espaldas de ellos es hacerse trampa al solitario, pisarse la sábana entre fantasmas, enredar entre bomberos la manguera ... Y esto, por varios motivos y razones.
1.- Ambos terapeutas me han dicho -de manera muy firme e inflexible-, que María debe seguir la dieta que ellos le asignan. Que no debe quitársele nada, que no debe violentarse el tratamiento, que no debemos nosotros obsesionarnos con su peso corporal porque ahora lo que cuenta es el peso de su patología en la conciencia. Que permitirle una dieta es como agrietarle la herida que viene sanando ...
2.- Los dos han coincidido en que ahora, el metabolismo se acelerará y que por tanto, es común que al principio engorde unos kilitos para luego perderlos en cosa de unos pocos meses más (cuando el metabolismo se le entrene en comer y deshacerse de la comida de manera fluida). Por tanto, el aumento de su peso corporal es consecuencia a priori del tratamiento previsto.
3.- María tiene trastocada la escala de valores. Si ser obeso es una enfermedad física, ser obseso por la gordura lo es también -una enfermedad, quiero decir-, salvo que de tipo mental. Tiene la conciencia herida mortalmente, el alma desgarrada y el espíritu deshecho. Es de eso que debe sanar, y no de una gordura que no es de modo alguno una obesidad. Las cosas en su justo punto; ni tan calvo ni con dos pelucas.
4.- Por una razón de género, de igualdad y dignidad de ser mujer, ella no debe creer que lo que vale es únicamente la apariencia; ella no es un objeto sexual al servicio de los canones estéticos del machismo. No es un maniquí a la venta detrás de ningún escaparate. Su valía, que la tiene y hasta en exceso, se pierde en su ególatra vanidad. Por ello, mientras confiemos en sus terapeutas, debemos hacer caso omiso de todo cuanto pueda poner en tela de juicio el tratamiento pautado.
5.- Hay que reeducarla en valores; todo lo contrario a seguir cayendo en la trampa esclavizante de las dietas. Si nosotros, como padres, la ayudamos en esta etapa a ponerse "bonita", le estaremos haciendo bruto mal, porque le estaremos impidiendo desarrollar su personalidad por encima de su apariencia física.
Al fin, Ana Gabriela, hay además otro argumento de peso para oponerme a ponerla a dieta ahora. En efecto, la dieta que me pasaste es notoria, evidente, innegable para cualquiera que observe y atienda la comida que le sirvo. ¿Sin azúcar?; ¿y vos crees que María no se va a dar cuenta de que en lugar de con azúcar, el café con leche va sin endulzar, o peor, que va con Splenda u otro edulcorante sintético? ¿Sin masas ni aceites?; ¿y vos crees que sus terapeutas, con el ojo cauto que le ponen a las cosas que María engulle, no se van a percatar de que sus comidas están "tuneadas" conforme a una dieta para adelgazar? Y, ¿a quién crees que observarán o criticarán? ¡A mí!, que seré quien le lleve la comida ante sus ojos, y a mí, que seré quien le dé de manyar a diario durante toda la semana activa.
Por todo lo previo, y antes bien, porque yo de esto sé más bien poquito y nada, es que te sugerí dialogar con ellos (con el psiquiatra y la psicóloga tratantes) a efectos de hacer lo debido según su consejo. ¿Saben de estas alteraciones psíquicas?, ¿creemos que está en buenas manos? Entonces hagamos lo posible por hacer lo que indican, y, ante la duda, preguntémosles en las reuniones de los días jueves, que pa' algo están (y no pa' hacer terapia los padres).
Por cierto, ambos dos podemos ponernos de acuerdo en que nuestra hija está sana, cuerda, sin problema alguno en relación a su conciencia y desarrollo de la personalidad. O aun, ponernos de acuerdo en que, estando mal, no está en las mejores manos. Podemos incluso creer que es mejor que haga dieta física antes que dieta del alma. Pero entonces, no nos engañemos, no engañemos a otros, y sobre todo, no engañemos a María. Seamos firmes en asumir nuestra verdad; y por tanto, seamos honestos; no hagamos doble discurso. Hagámosla abandonar el tratamiento psicológico, digámosle que a la clínica no va más, y pongámonos nosotros a hacer todo lo posible para encausar su vida del mejor modo que juzguemos como adultos. Porque ir a un médico, insistir en seguir yendo, para hacer lo contrario porque lo diga otro por teléfono -de manera harto irresponsable, desde luego-, es tan perverso, que únicamente imagino tal proceder como la conducta de un niño que juega a las escondidas, ¿no te parece?
A ver si logro ser práctico y no escribirte todo un tratado. ¿Por qué esa obstinación tuya en ocultar la dieta a los ojos de sus tratantes? ¿Qué perdemos con preguntarle a los galenos que tienen a cargo su tratamiento? ¿Crees que nos dirán que no; que nos sugerirán no hacer la dieta telefónica del caso? Si no partes de ese supuesto, preguntémosles (no hay peor mandado que el que no se hace); y si ya sabes de antemano su respuesta, ¿a qué insistir? O que vaya y cumpla, o que deje de ir y ya. Porque a mi juicio, lo peor que puede pasarle a nuestra hijita es enfrentarse a una doble moral, a un doble discurso, al engaño y a la mentira propiciada como conducta a imitar por sus propios padres. Conmigo, para eso, no cuentes.
Si de mí dependiera -que no, no depende solo de mí porque depende también de vos-, si sólo de mí dependiera su proceso de recuperación psíquica, decía, pues, ¡al diablo con la Clínica! Solito yo creo poder curarla si me dejan trabajar en su conciencia por un lapso razonable de tiempo. De seguro, y en un rato más o menos breve, te la devuelvo más sana, respetuosa, delgada y amorosa. Pero para ello habría que tenerme una confianza casi ciega -que ni yo mismo me tengo, a decir verdad-; por lo que, difícil pa' capricornio; a mal puerto iríamos por esas improponibles aguas.
Ayer me dijiste muy juiciosa y afirmativamente que a la Clínica la querías seguir enviando. Bueno, yo te acompaño en la decisión; jamás voy a entorpecer una resolución que cuenta con una altísima dosis de aprobación social. Que vaya pues, y que siga las instrucciones que allí le -y nos- dictan. Si en algún momento dudás de las bondades del tratamiento, hagámosles conocer a los terapeutas nuestras posiciones, juicios, dudas, críticas, que para algo están las reuniones de los días jueves. Si las respuestas que nos dan, nos convencen, hagámosles caso; y si no nos convencen, si creemos que hay otros que pueden hallarle más pronta y mejor solución al caso, no dudemos en hacer todo lo posible a por la salud física y moral de María. Contás con todísima mi apertura mental, y desde luego, con toda mi capacidad para juntos darle lo mejor.
Porque no nos olvidemos de nuestra responsabilidad en relación a estos temas. Si María falla es porque nosotros le hemos fallado primero. Tanto clamor por la apariencia, tanta vocación por la delgadez, tanto afán por hacer dietas, no le salió a la nena del maldito repollo de sus antojos; más bien halla causa su desviación patológica en conductas que ella, tomándolas como ejemplares, imita con total naturalidad. De mí por ausente -pecado de omisión, quizás el peor-, y de vos por exclusiva y excluyentemente presente, es que ha sacado estas conductas a imitar. No sigamos enseñándole ejemplos inadecuados para su desarrollo normal, ni reproduciendo en ella nuestros defectos. Dejémosla ser ella, permitámosle crecer en libertad, con conciencia de toda la potencia de su espíritu, creída de que los mejores valores a sostener, poco o nada tienen que ver con la silueta, el color de piel o el tamaño de los pies. Al fin, se conquista más con una mirada bien viva y seductora -aun en un cuerpo rellenito- que con una cintura de avispa en un alma del todo podrida.
La cita final ha de haberle encantado, me imagino. Si no ha hecho otra cosa en la vida -al menos por la que pueda recordársele- que comenzar dietas para abandonarlas al otro día y atracarse con ingestas que ni de césares romanos.
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