Desde niño siempre me gustaron los coches y las carreras. Jugaba con mis cochecitos de juguete y soñaba con crecer y convertirme en piloto de Fórmula 1.
Crecí, y aunque no de carreras, me compré un coche. Recuerdo como si fuera hoy el momento en el que me entregaron las llaves. Fue muy emocionante. Normalmente lo utilizo para ir al trabajo o hacer alguna escapada con mis amigos.
Pero un día, me llamaron unos amigos de la infancia que hacía tiempo que no veía y me hicieron una propuesta que no pude rechazar. Querían que participase con ellos en una carrera amateur, de exhibición y que llevara mi coche. Sonaba realmente divertido.
No pude ocultar mi emoción y acepté encantado. Pero pronto la emoción se tornó en tristeza al caer en la cuenta de que, un par de días atrás, el coche se me había averiado, por lo que necesitaba una reparación urgente si quería tener la posibilidad de participar en la carrera.
El motor estaba estropeado, así que tuve que hacerme con uno de esos motores desguace ya que salen mucho más baratos, al menos hasta poder comprarme otro nuevo.
Luego me di cuenta de que el coche necesitaba algunos recambios Seat, si no, sería imposible arrancarlo. Cuando me hice con ellos y el coche arrancó, me animé muchísimo y estuve paseando con él por toda la ciudad. Y como si acabara de comprármelo, dediqué toda la tarde a limpiarlo y decorarlo con algunas pegatinas, para así dejarlo listo para el tan esperado día de la carrera.
Y finalmente el día llegó. Ahí estaban mis amigos esperándome con sus automóviles personalizados. Los saludé y después de contarles todo lo que me había sucedido y lo que había hecho para reparar el mío, nos metimos en nuestros respectivos coches dispuestos a ser los primeros en atravesar la meta. |