Ella tenía ojos verdes, mirada continua, de esas que quieren asegurarse que vos las estás mirando, pero no solamente porque ella sea bella, sino porque es como un indicio de que las estás escuchando.
El restaurant estaba lleno, y creo que por parpadear, alcancé a ver a su derecha, rozando por su mejilla, en la dirección y altura de la selva de patas y mesas, una mujer de espaldas, con el pantalón de tiro corto que dejaba ver la muequita de la raya del traste, asomándose con picardía.
Mi mirada debió irradiar un mensaje, porque poco a poco, los hombres que estábamos con vista al sur de la dueña del mohín, comenzamos a sonreírle a la muequita y a armar frases, en un diálogo intimista que es secreto entre hombres y que se transfiere entre miradas desde que los tiempos son los tiempos.
Quedó demostrado que muequita mata ojos verdes, ya era un desfile inesperado de hombres circulando por el pasillo, mirando al sur, y sonriendo como si el día nos estuviera sirviendo un banquete inesperado.
Claro que Ojos verdes se extrañó de mi poca perspicacia para ocultar que la muequita me hacía señas, los silencios de la muequita eran más fuertes que sus palabras, para mí y para todos los que nos quedamos, sin disimular mirando al sur.
Ojos verdes primero sonrió, luego me miró, volvió a mirar, volvió a sonreír, luego torció la boca, en ese gesto de no es para tanto, para las mujeres hay lenguajes que son invisibles, no les cabe, no las conmueve.
En un momento era como estar en un balcón, la gente comenzó a amontonarse para mirar. El murmullo de comentarios empezó a llamar la atención de más y más mirones.
Se notaba ya la molestia de Ojos verdes, que se levantó de la mesa y sin emitir sonidos, tomó la cartera y se retiró del restaurant en un gesto histriónico, ante el que yo sonreí, pero sin reaccionar.
Ahora podía tener un diálogo con la muequita, completamente personal sin distracciones.
Pero ya se sabe, cuando ocurre algo extraordinario el límite del desborde es inesperado, a un insensible, se le ocurrió jugar el tejo con la muequita, y con gran puntería acertó una aceituna que fue absorbida inmediatamente por la comisura del traste, haciendo reaccionar a la dueña que al levantarse provocó un volamiento intempestivo de botellas.
En resumen, la muequita quedó escondida, con su dueña a los gritos y los hombres mirando para otro lado, disimulando y dispensándose con grandes gestos de decepción.
En segundos la multitud convocada se desinfló.
Y yo, me quedé como una chaucha vacía, pagando una cuenta de lo que no consumí, el diálogo roto, sin muequita y sin Ojos verdes.
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