La memoria no es sólo capacidad para el
recuerdo, sino instalación viva en el tiempo
Fernando Bárcena.
José (Pepe) Barroeta (Pampanito, Venezuela. 1942-2006) recupera, a través de la palabra poética, el paraíso perdido de la infancia en la comarca. Sus poemas nos hablan de esa región que la memoria edifica con fragmentos de vivencias, anhelos y sensaciones; desde allí la figura del padre ejerce una influencia fundamental en el itinerario de la escritura, presencia que se mantiene a lo largo de toda su obra. De su relación con el padre ha dicho el escritor: "¿soy acaso el único a quien el padre enseñó a mirar y a designar las cosas, sobre todo las ilusorias e inexistentes que él había descubierto en la ruta, en sus tránsitos de trashumante por los alucinantes caminos de un país rural que el sol y la lluvia poseían?" (Barroeta,1992:20). Esta privilegiada herencia espiritual marca el destino del poeta, y la imagen del padre se proyectará como símbolo de la búsqueda de la trascendencia y de la repetición. El hablante busca apoderarse de los gestos del padre, ser su doble:
Siendo yo adolescente, mi padre taló un sendero de robles
y los echó boca abajo al río. Desde entonces he vivido imitando
los ademanes de mi padre rural. Como él, tomaba el agua de la roca
pálida y me adentraba en los yerbazales. (2001: 85)
El renacimiento del hijo implica la muerte del padre, de ahí que el hablante proponga una muerte simbólica, a través de la palabra, que le permita liberarse y alcanzar la emancipación:
Si no me amas mato a mi padre.
Lo dejaré caer escalones abajo y veré
cómo su cráneo añoso se descorre precipitado
entre los pequeños hilos.
Miraré lo que siempre he deseado, su memoria. Los conductos
que llevaban a su cabeza la vida y hacían de él un títere,
una máscara. Máscara terrible que amaba y me sometía al yugo.
(2001:39)
El tiempo funciona como generador de imágenes poéticas; la percepción y la memoria se mezclan en los textos logrando que los acontecimientos adquieran nuevos contornos y tonalidades. Esa metafórica y espectral manera de retornar (Jankélévitch), que es el recuerdo, se combina con vivencias del presente del hablante en el espacio de la escritura:
Antiquísimo es el presente
y viejo lo inmediato. De esa casa que miras
de ese ventanal de ese huerto de pétalos y
dentelladas hay tanto de la muerte como nosotros
mismos. (2001:298)
En la poesía de Barroeta percibimos un diálogo sostenido con la tradición literaria. En “Escalas”, primer poema del libro Todos han muerto (1971), el poeta dice: “Advierto que soy un iluminado” (Barroeta, 2001:34). Esta declaración del yo lírico nos remite a la concepción romántica del poeta como vidente, así como también a la figura de Rimbaud, heredero de los epígonos del romanticismo; y es que en la escritura de Barroeta percibimos una reinterpretación romántica del mundo. Poesía de la nostalgia y la melancolía, del amor y la muerte, del sueño, la locura y la ebriedad, que pone es escena las más intensas emociones de un hablante que nos relata sus aventuras e infortunios. En los textos se nos revela el alma de un hombre que se debate entre la tristeza y la felicidad de existir, a sabiendas de que la muerte asecha implacable. Para vencer a la razón, el poeta recurre al poder que tiene la poesía de transfigurar la realidad.
Noviembre es raudo.
Es imposible continuar desolados. ¡Oh! Errantes,
Cuánta verdad hemos hallado en el origen y cuántas en el presente.
¿Dónde vagan los himnos y las alabanzas mientras escanciamos a la luz
de la noche? (2001:86)
El poeta privilegia la analogía en la construcción de sus versos, procedimiento que lo emparenta con los simbolistas y los surrealistas, quienes pretendían abolir las antinomias relacionando elementos disímiles -cuerpo y alma, mundo y obra, tiempo y eternidad- y, a partir de ellos edificar esa realidad simbólica llamada poema. En la poesía de José Barroeta descubrimos un microcosmos textual en el que se lleva a cabo la reconciliación de los contrarios, el fluir de ritmos secretos y la búsqueda de la consonancia universal. Esa alquimia de la palabra, tan ansiada por Rimbaud, pareciera percibirse en los versos de Barroeta; a través de ella el hablante busca liberarse de la conciencia juzgante y abrir nuevos rumbos hacia el delirante mundo de la alucinación:
Cuando abro ilusoriamente las llaves
de la nieve
una mujer de lámpara en el cuerpo
ocupa el sitio frondoso del cerezo.
Mi alma incesante despide un vaho de crecidas
Antiguas. (2001:181)
En los textos, la muerte se convierte en una presencia obsesionante que conspira contra al hablante desde los espacios más íntimos de su existencia sembrando el desamparo. La muerte de los parientes más cercanos, el padre, la madre, las tías, los hermanos, el hijo, e incluso la posibilidad de su propia muerte, forman parte del drama personal de un yo que busca descifrar el enigma secreto de lo intemporal, a sabiendas de que ni siquiera él ha de escapar al inevitable destino.
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.
Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera. (2001:96)
En la poesía de Barroeta la vida surge del fondo de la muerte. El amor, el erotismo y la muerte se encuentran entrelazados por un elemento común, la fuerza indisoluble del parentesco. De ahí que la entonación de los versos oscile entre el lamento y el canto celebratorio:
mientras haya muerte viviré cantando,
errando en una onda de música desesperada. En los inviernos,
en cualquier estación, son muchos los que han muerto por mí.
...
Mi deseo no es huir de la vida sino fijarla en lo que
arrebata. Esa luz de hoy nada cubre y sólo el sueño del cadáver
invita a viajar.
(2001:111)
Las referencias a la cultura clásica son una constante en la poesía de Barroeta. En los poemarios se dialoga con la mitología griega y las dos grandes epopeyas, la Ilíada y la Odisea. Los míticos personajes y sus hazañas se re-actualizan en el entorno inmediato del autor:
Los vientos del mar, el tiempo de los inmortales
los truenos de junio
trajeron el fantasma de Aquiles a mi casa
a una región de montaña alta y verde
distinta a esa aridez de los caminos griegos
donde tanto caminó con su talón invulnerable
el semidiós de la valentía y de la ira.
(2001:332)
La presencia de Orfeo en la poesía de Barroeta nos remite al infortunio del hablante ante la imposibilidad de vencer la muerte. Símbolo del poder del canto y el desgarramiento ante la pérdida, este arquetipo del poeta mago, que habla del mundo de los muertos y se lamenta acongojado nos ofrece, a su vez, una imagen gozosa del poder mágico de la palabra:
Que música de Orfeo
te cante y seas conmigo. Que la mesa sea servida
por pájaros.
Quede en mí la sonata
Que la muerte segura me cantaba en los bosques.
(2001:108)
El quehacer poético suele ir acompañado por la reflexión metapoética, Barroeta no sólo ha desarrollado planteamientos teóricos a través de textos ensayísticos, sino que también ha expresado sus ideas sobre la poesía en forma metafórica. Palabras signos que circunscriben al ser en un universo simbólico que guarda su esencia:
Una palabra nos encierra.
El viento pule en ella. El fuego.
El mar también.
Sobra la palabra que gira alrededor
del sol
las cosas tambalean,
oscurecen o tornan en destello el cuerpo.
(2001:222)
También nos habla el yo lírico de la materialidad que poseen las palabras: “palabras de agua”, “palabras de aire”, “palabras de sol” elementos que encarnan la comunicación, la transmutación y la purificación, tres ejes hacia los que apunta la poesía de José Barroeta.
La experiencia estética y la metafísica confluyen en la íntima relación que se establece entre poiesis y muerte. El hablante no sólo rememora el pasado, demuestra los afectos y celebra la vida, sino que también vive, muere y resucita en el poema. El texto se constituye en su morada: “El poema sirve de guarida/ a mis escombros de espejo perverso”, en su ley: “Estoy ordenando mi vida en el poema”, en su paraíso perdido y recuperado.
(c)Carmen Virginia Carrillo
BIBLIOGRAFÍA:
BARROETA, José. 1992. El padre, imagen y retorno. Caracas: Monte Ávila.
______________. 2001. Obra poética. 1971-1996. Mérida: El otro el mismo, rectorado ULA.
JANKÉLÉVITCH, Vladimir. (1977) 2002. La muerte. Valencia: Pretextos.
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