A cualquiera puede pasarle cualquier cosa, a mi me pasó volverme feo, así, volverme, porque era lindo, pero me devine en feo un día.
Como las cosas no vienen solas, me pasó de volverme inútil, así mismo, volverme; antes era completamente útil, pero un día me convertí en inútil.
Y así, fue pasando de a poco, como para ir acostumbrándome, porque el momento en que sucedió, ni me dí cuenta, o no presté atención, y de repente ya era feo, inútil, poco inteligente y así, pero sin drama.
Entonces me pregunté, cómo es posible que las palabras se te vayan metiendo así, como con indiferencia y no te hagan reaccionar, y se lo asigné a la edad.
Me dije, a los sesenta, ya no tenés ni pudor, los que te querían y no te quieren, ya no te importan, ya no haces balances, porque eso implicaría intenciones de actuación en alguna dirección, y yo, parece que no tengo ninguna dirección.
Lo de inútil, hasta me lo creo, mi estómago anda inútil para comerme esos choripanes de la costa que parecían un cultivo de algo que si lo llevabas a un bromatológico le ponían nombres raros, clostridium, botulinum, nombres elegantes.
Tampoco puedo juntarme con los amigos a tomar hasta que las neuronas dejaran de funcionar, o porque dejan de funcionar antes, o porque pueden no despertar, no lo sé, el médico no me deja averiguarlo.
Ya no me peleo con mis hijos, o ellos no pelean conmigo, tampoco lo sé, porque casi no los veo.
Me miro en el espejo, y me pregunto en dónde está el que soy, porque eso que veo no puedo ser yo, yo era un campeón, y el que veo es el inútil, feo y hasta la inteligencia de los ojos ha desaparecido.
De vez en cuando incluso, hasta me dedico a tomar un café, solo en algún bar a mirar sigilosamente a las camareras, cosa que antes me resultaba impensable, las camareras me miraban a mí.
Pero lo peor, peor de todo es cuando tus hijos, el único día que vienen a visitarte, de repente te dicen, papá, mirá esto, y me muestran un chiche de esos que se enchufan vaya a saber dónde del que sale música o despliegan una pantalla, o sale una voz y con la mejor cara que tienen te dicen: no sabes lo que te perdés, y no se detienen a escuchar que vos sí sabés lo que te perdés, que el único derroche es volverte feo, inútil y poco inteligente.
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