Sin que se sepa por qué, desde hace un par de años se observa un fenómeno que hubiera sido la delicia de Gregorio Samsa, aquel personaje de Kafka de la metamorfosis que se convertía en cascarudo, porque en Buenos Aires se está plagando de Gregorios.
Hay invasión de cascarudos, los vecinos de la zona Oeste, lo declaran ciudadanos indeseados.
Los cascarudos, con esa coraza lustrosa, tienen el mal gusto de hacer clac, ante un pisotón.
Ese ruido, suele propagarse, traspasando la suela, subiendo por la pierna y alojándose en la parte del cerebro que libera la sustancia que nos hace sentir asco.
Pisar un cascarudo es una acción bastante repulsiva.
La mayoría nos hacemos a un lado y pensamos que el coleóptero debería esta agradecido que le salvamos la vida, cuando en realidad nos importa nuestra salud mental, que suele alterarse cuando cometemos un cascarisidio por aplastamiento.
Ayer, a la nochecita, se los vió aparecer en veredas y jardines y aunque se desparramaban al paso de los transeúntes o personas que estremecidas intentaban alejarse de uno, sólo para acercarse a otro que a su vez retrocedía, fueron un fenómeno que no le agradó a nadie.
Sin embargo y por más que algunos dijeron que los habían visto en zona norte, doy fe que no fue así.
Los cascarudos gronchos se abstuvieron de pasar hacia esa zona quedándose en los bordes.
Los científicos dicen que salen para aparearse, los muy exhibicionistas, sin ningún pudor, andan por ahí, subidos unos a otros, mientras la gente miraba asombrada el inesperado espectáculo triple x.
La mayoría tratábamos de esquivarlos y llegar a casa lo más rápido posible, sólo para encontrar más escenas eróticas.
Lo peor, no fue el espectáculo de calificación condicionada, sino que de toda esa orgía, el próximo año tendremos un mega espectáculo de lo mismo.
Son esas cosas con que a la naturaleza le gusta indicarnos que ella es la gran autora.
Nosotros sólo somos espectadores.
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