Me solté de mí, por el calor, 39 grados me convencieron que era demasiado para ser yo solamente, así que ahí mismo me dupliqué, me repliqué, me expandí tanto que me hice otra igual a mí.
La gente que estaba a mi alrededor, al principio me miró sorprendida, hasta escandalizada, no porque me viera ahora triplicarme y cuadruplicarme, sino por no haberlo pensado por ellos mismos antes.
Ahí nomás se empezaron a replicar, la calle se llenó de calcos, mis vecinos comenzaron a proliferar, pronto la poca sombra de los árboles comenzó a escasear, estábamos surgiendo como hongos.
Esto surtió un efecto colateral, ya no me parecieron tan atractivo ciertos trastes, porque con tantos trastes, algunos idénticos, empezaron a ser accesibles.
Se podía tocar algún traste o varios, y eso los hizo perder su principal encanto: la imposibilidad de tocarlos a gusto y sin norma.
Como éramos tantos, el espacio pareció achicarse y el calor, lejos de disminuir cobraba altura; con tantos cuerpos por unidad de superficie no había espacio que no emanara calor de un cuerpo vecino.
La sensación de calor se transformó en una sensación de ahogo, no se podía respirar, alguien comenzó a quejarse, a decir que basta, que los abusos siempre terminaban mal.
Había comenzado por expandirme para que la mayor cantidad de mi tuviera acceso al aire, pero ahora me veía tan ahogada como al comienzo, o peor, porque ahora, ando perdida o encontrada, en varios sitios a la vez, buscándome o reteniéndome para no seguir multiplicándome y dos o tres manos por aquí y por allá que me tocan el traste, y en algunas creo reconocerme a mí misma, sin llegar a controlarme del todo.
Somos demasiados, y nos quedamos así, toqueteándonos unos a otros confiando en algún cambio de temperatura a favor, que nos comience a unificar de nuevo.
Les recomiendo que no vengan por mi barrio, no van a poder circular, no hay espacio ni aire para hacerlo.