Mientras el mundo mira a Chávez, el presidente de Venezuela, insiste en denominarlo dictador, olvidando que es un presidente electo, y sembrando dudas sobre esas elecciones.
La realidad más visible es que la peculiaridades de Chávez para transmitir su política, su verborragia sus declaraciones absolutistas lo hacen sospechoso de ser un recalcitrante de izquierda, fantasma de occidente que se arrastra desde políticas sesentistas, sin que hay demasiado de fondo, sino más bien una fantasía creada por los diarios sobre la política de Fidel Castro como único referente, sin dejar mencionar que principalmente Castro recuperó su país para su gente.
Pero la opinión se mueve por generaciones, circula como un ente vivo y crea dictaduras donde no las hay, sobre todo cuando esos países se dan el lujo de descartar sustentar sus economías con países que consideran poco dignos, ya sea por explotadores, por conquistadores por abusivos en casi todos los casos.
Pero el aparato propagandístico es tan fuerte, que del mismo modo que crea esos fantasmas, crea cosas más reales. Tal el caso, me parece, en Hungría.
El mundo observa estupefacto las acciones del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que a poco más de un año, casi dos, ha sumido a ese país en una bancarrota sin precedentes.
Aunque los medios insisten en relacionarlo con el presidente venezolano, llamándolo el Chávez de Hungría, presenta muchos más puntos en común con el presidente peruano.
Dedicado desde su asunción de mandato a la generación de leyes, normas y ordenanzas que en muchos casos violan convenios internacionales y que por regla general atacan las libertades públicas, se parece bastante a otro presidente que da que hablar en el mismo sentido: Ollanta Humala.
Ambos parecen haber traicionado los ideales que los colocaron en el puesto que ocupan.
Ambos, con un discurso nacionalista, lograron el apoyo de votos.
Ambos, trabajando en la creación de estructuras propias de gobiernos autoritarios.
Así como el presidente peruano explotó sus orígenes indigenistas para capturar la atención de la población largamente postergada, Orbán, aprovechó si origen de ex futbolista, pelo largo y controvertidas camisas caribeñas, que ahora, fuera del disfraz, muestran su verdadera cara.
De traje y pelo corto, de discurso ultranacionalista y anticomunista liberal; aliado ahora de la extrema derecha, con acciones directas sobre el control de la prensa y todo medio de comunicación.
En paralelo el émulo latinoamericano, se alía con Estados Unidos, con políticas que traicionan claramente los ideales que lo llevaron al gobierno, tratando de apropiarse de tierras fiscales a favor de empresas norteamericanas, permitiendo a ese gobierno el establecimiento de bases militares bajo extrañas excusas.
Ambos, desenmascarados, sufren la resistencia del pueblo que los apoyó, ahora también bajo la lupa de la mirada de organismos de derechos humanos internacionales que no ha podido hacer otra cosa que apoyar la oposición.
Dos historias que con diferentes estadios en cuanto debacle, recursos, culturas, se encuentran en franco deterioro y en una dirección de desastre que es observada desde países limítrofes y desde organismos internacionales como fenómenos construidos por la ferocidad de la prensa que publicita fantasmas por un lado y crea verdaderos monstruos por el otro.
Orbanistán, democratura, archipiélago del gulash, son algunos de los motes con que la prensa opositora intenta contener la maquinaria perversa iniciada por Orbán, mientras el Parlamento Europeo, por su parte, sólo recibe promesas de cambios que no son visibles ni dan señas que vayan a ocurrir.
Algunas de las perlitas que impuso Orbán, mediante la reforma de la constitución del país:
· Ya no se llamaría República de Hungría, sino sólo Hungría.
· Prohibió el aborto
· Prohíbe explícitamente el matrimonio homosexual.
· Declara la inviolabilidad de la moneda local (forint, en contra de tratados europeos precedentes)
· Declara intocabilidad del primer ministro (él mismo, cubriéndose de inmunidad perpetua)
Todo lo cual provocó el efecto contrario, la moneda se devaluó casi instantáneamente, sumergiendo al país en un desastre de consecuencias globales, cayendo en el default económico, desempleo, inflación y por supuesto, espantando toda intención de inversión en el país, cortando todo tipo de salvataje posible desde los organismos de rescate usual.
Qué tal. Nadie puede negarle una prolijita eficacia para la destrucción de un país en el menor tiempo posible.
Los argentinos, con nuestros gobiernos atados con alambre como el menemista, podemos darnos por suertudos, con todos nuestros problemas no llegamos a tanto en tan poco tiempo.
Me olvidaba, Viktor Orbán sólo tiene 48 años, tan pocos años y ya tan dañino como el peor dictador.
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