Aquella vez el hielo pretendió reinar sobre su tarde
con un batir de alas mortuorias que me abanicaban,
clausuró la huerta donde comía fresas con chocolate
y blindó la cueva de los cien mil placeres concebidos.
Casi llegando la noche abrí los brazos e imprequé:
pido tus ganas para bañarlas de flores confitadas
pido tus muslos enchumbados de fiesta mañanera
pido tus franjas de gustos marinos para andarlas con mi lengua…
El silencio se hizo más intenso que una noche húngara
aterida de pánico sobre el borde este del Mediterráneo,
hasta que la noche se iluminó golosa y desbordada
como hembra en celo que se desnuda victoriosa.
© Alfredo Cedeño
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