Por estos días esa señora está en boca de la gente por varios temas, y en todos hay algo negativo.
No justifico el robo que le ocurrió por estos días y mis comentarios a continuación no tienen nada que ver con ese suceso, el cual me apena y horroriza.
Pero esa señora es para mí lo mismo con Fort, con otro estilo.
Ella se define a sí misma la “reina de los almuerzos”, palabras que dijo otro pero que ella se encarga de repetir en su programa desde hace más de 20 años.
Esa señora es ostentosa, ególatra, y muchas de las cosas que dijo Luppi (aunque parece que ese señor no tiene autoridad moral para alguna de las cosas que dice, es otro cantar), lo que más impresiona es que ella finge que todo eso es estilo, que es fino y que es respetuoso.
Y todo a su alrededor tiene un “sello” dieciochesco, antiguo y regurgitante olor a naftalina.
Los “modos”, artificiosos, falsos, que fingen ser educados, son u modelo de televisión que se admite como sello de la “señora”, pero que no es otra cosa más que otro aspecto de lo mismos: un “sello Legrand”.
La escena detrás de la fachada, es una persona que explota a sus empleados, y los obliga a acciones de “atención” que se nota forzada, denigrante, que no es de respeto.
Los invitados, aquellos más auténticos, se notan incómodos, las preguntas, que son tontas y que ella admite que son tontas cuando agrega: “a los televidentes les interesan estas cosas, por eso las pregunto”, son un intento de decirle al invitado: sé que son tontas, sé por esa mirada que me subestimás, pero yo te tengo que preguntar igual, porque es lo que me da rating”.
Los enojos con las personas, invitados, gobierno son al mejor estilo Fort, aspectos de los que luego, del mismo modo que Fort, se ve obligada a pedir disculpas, cuando alguien, luego, detrás de cámara le explica por qué no debió decir lo dijo.
Lo que la diferencia del chocolatero, son los años que tiene detrás, la edad que le da impunidad y la fantasía de cierto público que le interesa ver el arbolito de joyas, brillos y un falso glamour que adorna telenovelas mexicanas o series norteamericanas de las de antes, que mostraban clanes de familias que se visten de “gala” para almorzar y la vestidura de gala invade la mesa, la ropa, las comidas, los temas que se tratan y cómo se los trata.
La Legrand es como Bonaza, anacrónica y fuera de la realidad.
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