Imaginar estar en un lugar cuyo piso se mueve y que balancea las luces del techo es suficiente para llenarme de pánico.
No sé por qué será que crecí con el miedo al traslado en barco, ya que soy hija de inmigrantes, de tercera generación, el tema del barco lo llevamos en el ADN.
Imagino un espacio cerrado, acotado, apretado de aire y agua, en el que de repente te dice: salgan hacia los botes, el barco se hunde.
Ni siquiera puedo imaginarme estar viviendo en un edificio de más de 10 pisos en el que tengas que usar la escalera por caso de desastre, como una explosión, incendio, terremoto, escándalo vecinal, no sé. No puedo imaginar cual sería mi reacción si de repente tuviera que salir corriendo, sin tener que pensarlo.
Tengo gran admiración por la gente que pudo sobrevivir al naufragio en las costas de Grecia, y vivieron para contarlo, porque dan cuenta de un gran coraje y decisión que me siento incapaz de ejercer.
Siempre me he sentido lenta de reacción, no creo que haga nada bien en un caso de tales características.
Los barcos, según mis genes, son ratoneras lujosas, pero ratoneras.
Sin lo del naufragio, ya era difícil meterme en un barco, luego, imposible.
Los viajes en barcos están sobrevaluados de adjetivos como glamour, fiestas, relax y diversión, pero la realidad es que es como si te metieran en una cárcel con balcón al mar, buena comida y todas las horas del mundo para aburrirte.
Un barco se recorre en unas horas, y luego se acabó la novedad, después, no queda más que comer y usar la piscina, si la hay, ya que en el mar olvídalo, el mar va quedando detrás, por delante hay miles de horas sin nada que hacer.
Tal vea a los deportistas que gastan el tiempo en el gimnasio, o en nada, y luego, los que les gusta el juego del casino o bailar y degustar tragos, pero, digo yo, por tan poco, entregar nuestro bien más valioso que es el tiempo, ¿vale la pena?
Yo qué sé los cruceros me parecen un opio, te venden unas vacaciones de película sin el galán, ni la aventura.
Ni quiero mencionar el hecho que en el crucero malogrado, lo peor, fue desde el Capitán, hasta la tripulación, que aunque el primero fue un inconsciente, el resto tampoco ayudó mucho que digamos, salvo honrosas excepciones.
Es inútil, no me busquen en un crucero, no me van a encontrar.
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