Creo que si se pudieran sentar cada uno frente al adversario, y en vez de hablar de territorio, armas, políticas, cada uno hablara de su familia, y se obligaran en pequeñas cosas a hacer un convenio, un traspaso de necesidades, un acuerdo pequeño en el que cada uno cede algo que al otro lo favorece, quizás dejarían de ser adversarios para comenzar a ser vecinos primero, amigos después.
Las centurias no cierran heridas entre esos países, y es muy difícil opinar, desde que tengo uso de razón que escucho sobre el “tema con los chilenos”, he escuchado muchas veces: no me gustan los chilenos, cuando querés ahondar sobre el asunto nadie te sabe explicar por qué y en vez de reflexionar sobre lo absurdo del sentimiento y combatirlo, lo justifican, sostienen y no se hacen cargo del sentimiento como posible delito de discriminación.
El asunto es que si nosotros con nuestro país vecino somos así, no imagino lo que puede albergar entre dos países que además tienen temperamento bélico.
Yo, me niego a declarar cualquier animosidad contra los chilenos, realmente me resulta absurdo siquiera gastar energías en sentir algo que no tiene ningún sustento, y no me importa que a los chilenos los argentinos les caemos de igual manera, la razón se hizo para reflexionar sobre lo que vale la humanidad, indiferente a la territorialidad e indiferente a la conveniencia, la vida es demasiado corta para perderla en pequeñeces.
Mientras, en pequeños convenios, dejando de lado el conflicto superficial, que es la tierra, quizás entre israelíes y palestinos se llegue algún día a adormecer el odio, y quizás dejarlo de lado en pos del futuro.
Porque me cuesta creer que haya seres humanos que no prefieren un futuro mejor, con garantías de paz para nuestros hijos.
Ojalá esos países encuentren dentro de sí mismos, razones superadoras en referencia al conflicto que los hermane, más allá de las diferencias.
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