Recién descubren que los servicios de celulares, cada 7 segundos rastrean las unidades. En otras palabras: existimos como cuadros animados, entre 7 segundos, entremedio, no existimos.
La verdad que lo que creo que rever es la idea de la privacidad, en Internet sobre todo.
Cuando existen servicios como el google map, es que porque hay alguna necesidad masiva de saber en dónde se cuenta quién, sino, no se invertirían millones en ese tipo de herramientas.
También hay una contradicción, cuando peleamos por una vida personal, privada, pero devoramos todo tipo de chisme sobre otras personas, bajo la excusa de que son famosas o que la tv nos inunda con ese tipo de información.
Los celulares nos siguen permanentemente, eso se supo siempre, pero todos fingen sorpresa cuando se habla del tema, como si nadie viera que hasta en las series de clase B se puede averiguar hasta lo que se habla a través del celular, nunca fue ciencia ficción, era un hecho que a la mayoría le gusta pensar que pasa en la televisión.
En lo personal, pienso que mi vida es tan aburrida que no puedo imaginar que le importe a alguien seguir mis pasos, pero sé que estoy equivocado, a nadie le importa que se específicamente aburrido, pero la realidad es que soy de lo más interesante justamente por ser aburrido, y allá irán a ofrecerme todo tipo de servicios y productos para que se me pase el aburrimiento.
Se sabe que las compañías celulares conocen nuestra trayectoria geográfica, saben en qué negocio compramos el pan y dónde vamos a cenar por las noches, y sobre todo: las sendas que se cruzan con los comercios.
Como sea estamos siendo mapeados constantemente, y a nadie se le ocurre hacer una cuestión legal al respecto, para empezar porque compramos celulares convenientemente aleccionados sobre servicios invisibles, en letra chica o demasiada letra que nunca leemos, porque nos obnubila la comodidad del servicios, hay que reconocer, que con esos aparatejos nos sentimos viviendo un capítulo de viaje a las estrellas con el intercomunicador del Kirk.
Aunque hable sólo de los celulares, pasa lo mismo con la computadora, en donde a través de la famosas cookies, estamos en manos de empresas tan voraces como las de telefonía.
Y sin ir tan lejos, lo mismo con la tarjeta plástica, las de crédito, en cada uno, queda un traza de nuestra compra, lugar geográfico, preferencias.
En otras palabras: hace rato que entregamos la privacidad, lo que va cambiando es la comodidad para hacerlo, antes había que convencernos de asociarnos, ahora, compramos encantados, celulares, libros electrónicos y toda nueva moda que implique sentirse en el futuro.
El tema de la privacidad es un espacio tenebroso, aguas sobre las que nadie quiere pensar y muchos menos legislar, cómo legislar esa línea difusa entre el servicio y lo que la gente cree del servicio, más allá de no leer las condiciones o de no informarse, presuponiendo cosas o prefiriendo creer en otras.
Los celulares, y demás instrumentos, se han hechos tan necesarios en la vida real, que las molestias, a cambio, son tolerables, en definitiva, nos conviene esa idea, porque no hay otra.
En la próxima era, pienso, lo que se va a debatir es la ridiculez de sostener la figura de la “vida privada”, como un elemento de derecho, cuando tan cosa es prácticamente insostenible, pero no porque existen los celulares, sino porque somos una especie que evoluciona con la curiosidad, con el conocimiento, con el desentrañar el más mínimo de los detalles de información y eso involucra todos los aspectos, hasta los personales.
Si la información es valiosa para asuntos de la ley, por qué no iba a estar disponible para asuntos de marketing, se dicen los que ya usan esos medios para vendernos, usarnos, comerciarnos, a nosotros, los consumidores, o acaso no hace eso empresas como Google desde hace años, volviéndose hegemónicamente ricos gracias a no respetar la viciada privacidad.
En Argentina, tal situación, ni se habla, habrá que ver qué intereses mueven esa masa informativa, quiénes las usan, quiénes las permiten, pero de algo estoy seguro: es inevitable, para mí la vida privada en una especie gregaria como la humana, es casi una contradicción.
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