Los dedos hicieron una línea lanzada desde el hombro hasta el abismo del codo.
La línea quedó sin terminar, mirando al vacío.
Puntos sucesivos, puntos suspensivos. Hilacha de caricia suspendida en el aire.
Hilo solitario que no halló hueco de aguja en la que enhebrarse, espacio en la tela de la piel
por donde entrar y formar una puntada inicial, una puntada por donde el deseo pudiera entrar y revolcarse.
Esa línea dejada como al desgaire endulzó los días, impregnó la memoria con una costura prolija, de puntadas
que hicieron una fila obediente y atravesaron el espesor de la carne. |