Tanto religiosos como no tanto, acomodaticios, porlasdudas, ateos y agnósticos, maradonianos y otras tantas yerbas, promueven la importancia de los sentimientos a los que ubican en un órgano improbable al que denominamos alma, pero que resume en una palabra esa cosa inexplicable que nos provoca empatía profunda con otro que parece estar en el mundo, coincidiendo con nosotros, sólo para que lo disfrutemos. Hay pocas cosas en las que los seres humanos estamos de acuerdo y esta es una, sino la única: el alma de las personas es lo que hace que valga la pena conocerlos, compartirlos, desear que signifiquemos algo para ellos, y a su vez que signifique algo para nosotros. Entran en nuestras vidas y la cambian en sutilezas que son las que trasladamos con la existencia, las que trasmitimos, las que nos hacen sentir que vale la pena la vida misma. Por otro lado, en palabras, hechos y exabruptos, algunos revelan que les preocupa más la configuración del recipiente del alma, el cuerpo. Hay algo como de estúpidamente desproporcionado darle importancia a que el alma esté alojada en un sexo u otro, o en la mezcla, o las diferentes opciones en que la naturaleza se manifiesta a través del cuerpo. Por qué se intranquilizan tanto por el cuerpo del otro, si todos estamos de acuerdo en que lo importante está en el alma. La discusión sobre quien es mujer u hombre, y parecen lo que son, o nacieron con tal órgano u otro, es tan inconmensurablemente ridícula, que ni siquiera postula para aclaraciones, salvo que asuntos de salud se interpongan, en cuyo caso será campo de conocimiento médico. Lo único importante es el tiempo, perderlo en pretender que los otros elijan el cuerpo que alguno define como correcto, y no respetar las elecciones anatómicas de otros, es prácticamente como tirarse al vacío y tomarse el trabajo de mirar cómo va a estrellarse: inconducente; de todos modos va a ocurrir. El andamiaje que somos, cuya fuente son las células madre, es meramente parcial, hay algo místico en la construcción que formará al futuro ser humano, frente a semejante misterio, concebir cuestiones, juzgando el resultado, es prácticamente creerse más importante que la naturaleza. Más que oscurantismo es grotesca sobrevaloración.