Lo descubrí una mañana.
Mis orejas estaban tomando una configuración extraña, como si fueran un animal que estuviera mutando.
Las orejas, descubrí, tienen una vida personal peculiar, una vida de circunvalaciones.
Resulta que mis orejas parecían no poder ponerse de acuerdo en convivir bajo las mismas circunstancias.
Una se iba agrandando, o lo que era peor, estaba tomando un parecido con las de Spok, como la de un diablillo, se estaba volviendo puntiaguda, alargada, mientras que la otra se iba abriendo como si floreciera, e intercambiaban roles, una vez era una la que se ampliaba y la otra la que se elongaba, luego, al revés.
Mientras una mostraba un rictus mortuorio, la otra se extendía, desplegándose, como si la envergadura le fuera a servir de disipador de calor.
Primero pregunté a los familiares, si no me notaban diferente, pensando que la asimetría de las orejas estarían siendo parte del comienzo de una transformación mayor.
Pero, o nadie notaban la diferencia o la notaban y les parecía más educado no mencionarlo.
Así que tomé la iniciativa de indicarlo, con reticencia, porque una sabe que lo único que hace real a lo imaginario, es precisamente nombrarlo: ¿acaso no notan los cambios en las orejas?
Pero en vez de mirarme las orejas, se quedaron mirándome a mí, fijamente, tratando de descubrir la anomalía dentro de mi cabeza, aunque yo insistía en que la anomalía estaba en las orejas.
La reacción de un amigo, el que consideré que se tomaría en serio la pregunta, no fue muy diferente, salvo que se tomó un poco más de trabajo en analizar el revuelo de las orejas, mirándolas de cerca, meditando, para que luego de un largo suspenso me dijera: no podría decirte, porque no recuerdo cómo eran las orejas antes que me preguntaras; provocando con el aliento una ligera erección de los pelillos del lóbulo, que tembló como si estuviera relleno de helio. Mi sensación fue que la oreja se quiso desprender, quedarse cerca de su boca.
Resultó además, que no había evidencias. No tenía ningún metro patrón de mis orejas para dar cuenta de la mutación.
Así es como me puse a buscar en viejas fotografías, en álbumes familiares, en portarretratos, sólo para descubrir que no había ningún documento visual, fidedigno, del estado de mis orejas antes que comenzaran a volverse irregulares.
Esto estuvo pasando hasta que esta mañana, me levanté con una leve molestia, me miré en el espejo, y cual no fue mi sorpresa al descubrir pequeños élitros surgiendo de las orejas, diminutas alas desplegándose, música sin origen, y las orejas partiendo en (re)vuelo.
Desde entonces, en ocasiones, las orejas se mandan a mudar, ese es el origen de mis distracciones, durante la época de migración de las orejas, me vuelvo bastante sorda, el sonido tiende a dispersarse alrededor del hueco que dejan las orejas y suelo no entender bien lo que me dicen.
Al final, cuando me resigné, aprendí a acoplarme a la orejas, después de todo, ellas hacían lo mismo por mí, antes de los períodos de eclosión.
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