De cosas importantes, ignoro. La brevedad y el éxito del instante convierten todo en asuntos intrascendentes.
Hay alguna fisura surrealista por la que se cuelan los eufemismos con que la vida disfraza su catálogo de cosas importantes.
Ropa sin uso y sin estrenar, libros que esperan, comidas que se confía en aprender a hacer alguna vez, ingredientes que duermen amoscados en el fondo de la heladera, creando su propio microclima de olores; ni hablar de la iniciativa, que en cada momento se resigna para otro día.
Cosas inservibles que se van mudando por la casa, sillas que insisten en ubicarse entre medio del paso; cosas, en su mayoría pequeñas, que se desplazan imperceptibles, con el afán de interceptar, en el medio de la travesía del cuerpo que se ha acostumbrado a circular por espacios cada vez más reducidos entre la computadora y el sillón donde leer libros.
La vida se ha transformado en un listado de artefactos de los que se podría prescindir; formas breves de la existencia que en muchos casos ofrecen la ilusión de pertenecer, tener; refuerza la idea de que la posesión nos define, cuando más bien nos ancla.
De todo esto, que son cosas y que parecen importantes, lo que interesa en realidad, no tiene forma ni lugar, ni control, y es precisamente el producto de leer ese libro extraordinario que ha estado viviendo en pensamientos durante la lectura y mezclándose luego entre los hechos que la memoria inventa, usándolos como una referencia real.
Entre alusiones de objetos y metáforas, de la economía que se tuerce día a día, y de todo lo que parece volverse inservible en las estrategias para sobrevivir, hay una grieta transversal por la que la irrealidad le hace una mueca a la banalidad de lo importante.