La tristeza no tiene tanta prensa como otros talentos.
Sobrellevar la tristeza adelante, con tantas opciones en contra, como supone la gente que no sabe sobrevivir a la tristeza, y entonces la abandona, es una capacidad, un arte que se sustenta con mucha actitud y aptitud.
No cualquiera aguanta tristeza y tristeza y sostiene con hidalguía los actos a que te obliga.
Para empezar, nadie banca tu tristeza, el mundo alrededor de ella, se divide entre los que la odian y entonces te rechazan o te ignoran y los que creen que pueden ayudarte a desembarazarte de ella, entonces provocan situaciones desagradables, te exponen, comentando con gente que no aprecia tu tristeza, o con gente con la que directamente no querés compartirla.
De nada sirve que des explicaciones bizarras, como que estas triste en solidaridad con el glaciar de Groenlandia que está desapareciendo, se derrite, se deshace con languidez, tan en sintonía con tu tristeza que prácticamente formamos una especie de manada, junto con las belugas boreales que mueren al paso del devenir del glaciar, con mala prensa desde que uno se defendió del Titanic, pero que la realidad de la ciencia está empezando a valorar desde que la naturaleza pone las cosas en su lugar.
Para la mayoría, el estado de tristeza se conjura con pequeños actos, por ejemplo posar la mirada en el horizonte y disfrutar eso que imaginas que existe del otro lado, al borde del planeta. Para los que reservamos la tristeza real, la que se mantiene a fuerza de talento, el horizonte es un mapamundi invertido que nos sorbe y que nos obliga a un gran esfuerzo por no dejarnos caer hacia arriba, donde no hay futuro más que quedarse mirando la tierra, abandonando la atmósfera trivial de un mundo que no valora tu tristeza, tu entereza para sostenerla y sobre todo, el talento que se disuelve entre manifestaciones falsas para que nadie intente quitarte eso único que tenés, esa tristeza alimentada a fuerza de realidades a lo largo de tu vida y que nadie más puede apreciar.
Un día, la tristeza se cansa y se agota, se oxida, y como quién no quiere la cosa, se vuelve contra vos, dejándote en una extraña y absurda alegría, que al decir de la gente que gusta de etiquetar, se parece tanto a la locura, que hace a la gente distinguir la tristeza que tenías antes, cuando no te envidiaban por la anómala felicidad que de repente te adorna.
La felicidad, aunque es un talento que muchos prefieren y reconocen, te genera más hostilidad que la tristeza.
La tristeza es un talento que sólo se aprecia cuando se pierde.