Me encontré con una amiga, en medio de ruidos de cubiertos y olor a una comida que intenté identificar y no conseguí por lo que terminé comiendo lo que supuse y decepcionándome en el mismo proceso.
Hace rato que no nos encontrábamos y lo primero que noté es que coincidimos menos, que nos impacientamos más y que me alejé de lo vivido por ella, porque intentó que se asemejara a lo vivido por mí.
Declaré, en ese momento, que los períodos del reloj delatan que hay haces del tiempo con flexibilidades, la vida que ocurrió ni fue la misma, ni la edad que discurrió es igual.
Ella, terráquea, vivió. Mientras yo fui a Saturno y volví; para mí transcurrieron pocos segundos.
Rozamos su largo pasado y el breve mío, sobre todo, hicimos hincapié en involucrar mi viaje a Saturno con algún pacto con el diablo.
Admitimos que no es confusión, sino que a veces la memoria es detective, investiga y se adapta a construcciones circunstanciales.
Por ejemplo, como no he tenido suficientes amores en la intersección entre nuestro último encuentro y este otro, rellené, holgadamente, con la fantasía de la sabiduría; por las circunstancias biológicas desarrolladas en Saturno, las arrugas no se han establecido, pero eso no impidió que relate otro sistema numerario de contar el tiempo: libros leídos, eventos disfrutados, permanente revoluciones que en su mayoría son emplazadas, para después de un próximo libro.
Mientras insistía en ponerle nombre al olor que no logré identificar, nos separamos.
Planeo un próximo viaje a Saturno, donde las circunstancias biológicas emiten otra frecuencia temporal.
Me retiré imputada de inmortalidad.