Me preguntaste cómo es escribir una novela. Te contesto, ponete cómodo, conseguime un pato.
Tomás al pato, amigablemente, esto implica apretarlo, acariciarlo, engañarlo. Lo limpias, lo higienizas escrupulosamente, sin dejar de lado las uñas, y ese espacio bajo las alas, axilas del pato, donde suelen esconderse los ácaros o insectos que disfrutan del calor y el arrullo del bombeo del corazón.
Lo metes en una jaula limpia, de metal, con un bols, también limpio, lleno de jugo de naranja.
Ir calentando el horno.
Suspender la jaula sobre la hornalla; al pato con sed, no hay que subestimarlo, tené a mano una buena cantidad de jugo para ir agregando al bols.
El pato con calor, se va cocinado en su jugo, vivo.
Ya medio cocinado, las plumas se aflojan, lo va desplumando como haría con un pollo.
Con un firme golpe, lo decapitás, teniendo cuidado de dejar el cuello unido al pato, sólo sacas la cabeza, no te deshaces de nada, cada pieza de esta presa tendrá un sabor especial, dulce, laqueado, que combinado con otros elementos de la cocina será un plato único. Reservá la cabeza.
Abrís el tórax, sacas pulmones y corazón; abrís el abdomen, extraés intestinos, hígado, riñones, estómago, bofes y reservalos aparte.
Ahora podés lavar el pato, y cada pieza por separado.
Prepará laurel, miel, ajo, especies y vino blanco, harán del pato un plato exquisito.
Sofritá en una sartén, los menudos, menos la cabeza e intestinos; agregar sal, pimienta, picante, laurel, un poco de vino al final, colá los elementos. Colado, agregales la miel. Reservar los elementos que quedaron de la coladura, los menudos.
Colocá el pato en una sartén, con un poco de aceite, al horno, aproximadamente a los 15 minutos, rociar el pavo con el sofrito obtenido, colado de los elementos, hasta que se cocine. Recordá que está relleno de jugos de naranja, el pato se laqueará al cocinarse.
Vigilás el pato mientras está en el horno, cada tanto, lo rociás con vino, hasta que se dore y el vino reduzca.
Ahora, lo servís y esperas a ver las caras de los comensales, si tuercen el gesto, palmaste, tanto trabajo para que termine mal. Si escuchás arrullos de vaca, todo salió más o menos bien.
Todos los comensales para los que alcanza el pato, tendrán diferentes sensaciones en el paladar.
Al día siguiente, todo se evacuará en el baño, y del sabor del pato queda una historia y algún resabio de memoria en la lengua de los invitados que tal vez integre alguna otra conversación.
Así se escribe una novela. Primero, tenés que animarte a hacer algo que algunos considerarán cruel: matar al pato. Algunos te despreciarán solamente por la idea, ni te digo si la llevas adelante.
El gusto exquisito del pato tiene que ver con lo arriesgado de su preparación, si no involucra algo inadmisible, no será tan atractivo el resultado.
En el medio, dejás algunos cabos sueltos, la cabeza, los menudos colados, el intestino, o se agrega la receta extra de lo que se hace con ellos, o no; si el pato produce un próximo intento, basado en su éxito, tal vez puedas usar los cabos sueltos para retomar el éxito. Si no, son cabos sueltos que serán descartables, terminarán en la basura.
A pocos les gustará menos que más o más que menos, en cualquier caso, el destino de la novela estará en manos de los comentarios de los pocos que la degustaron, en el mejor de los casos te enterás porque oís los arrullos de vaca, en la mayoría de los casos, es una mera conversación mientras dura la ingesta.
Al día siguiente, lejos de los efluvios de la muerte del pato, de sus circunstancias, de su genealogía cruel, terminará en el wáter.
Y si el sabor fue tan impactante que genera invitaciones de las grandes cocinas burguesas para repetir la experiencia: la inmolación del pato, la crueldad y los cabos sueltos, quedarán no sólo resaltados, sino que generarán una nueva teoría literaria.