Ya poco nos hablamos, estamos ocupados leyéndonos, mails, blogs, Sintagmas, chat, SMS, twitter, facebook, carteles de Feliz cumpleaños cruzados, vergonzosamente, de vereda a vereda.
Entre amigos nos leemos, de lo que se concluye que nos atrevemos a intentar comprendernos.
Te leo, me dicen, y ahora ya sabemos lo que eso significa, que se devuelve, no con gracias, ni con sonrisas, ni con objetos o saludos, joyas, rosas, una cerveza en el bar de la esquina, ni un café en ese lugar al que vas para leer sin que te interrumpan, ni tan siguiera un beso por un chocolate o un caramelo de día de Brujas.
Lo que se espera es que te devuelva con un “te leo” idéntico, compulsivo, extraído a jirones, quizás mentiroso, metamorfoseado, inequitativo y falso en alguna balanza de palabras.
Es casi insano que los amigos te lean, que te digan que te comprenden, sobre todo porque te conocen, las cercanías deforman el entendimiento.
Los que escribimos, no somos nosotros, son otro, el otro de Borges, no Borges mismo, sino un doble como el doble del Otro de Borges, sin que sea el Otro de Borges, ni Borges.
Si me lees, no me lees a mí, sino a la otra, a la que muta de Axolotl a salamandra, ocurre la conversión de aletas a patas, mientras soy anfibia la que escribe es terrestre, vivimos en mundos que se tocan en la superficie pero que no sobreviven en las profundidades de los medios con la configuración trastocada. La que vive en el agua, se asoma en el aire, la que vive en el aire, muere en el agua.
La otra, la que escribe, agradece las lecturas de los amigos, pero es la otra la que te lee. Esa, te comprende.