Los alumnos te sorprenden, algunos por su inteligencia, otros por sus comentarios, en algunos casos, por situaciones que pasan. Cuando sos docente te tenés que preparar para varias contingencias, pero por más que prevengas, igual algo nuevo aparece.
Un día un alumno me preguntó si tenía gato.
Mi gato había fallecido hacía poco, estando enfermo; por un mes tuve que alimentarlo con toda paciencia mediante una sonda, e igual murió, y me da mucha tristeza pensar en todo ese mes que sufrimos los dos en vano; pero sin entender el tenor de la pregunta y por las dudas, dije: No, ahora no, tuve hace unos meses, pero no quiero tener más animales porque se enferman y ya por mil años no quiero volver a pasar por eso.
Creí que con esa frase me cubría que no viniera de visita con un gato, pues como todos saben, por alguna razón a los gatos hay que encontrarles hogar, no como los perros que el hogar los encuentra a ellos, y ya me habían ofrecido en otras ocasiones cuanto murió el mío, de manera que estaba cubriéndome. La gente tiene la extraña idea de que la pena por un gato se tapa con otro gato.
El caso es que en el siguiente encuentro que tuve con el alumno, apareció con esa extraña bestia en el brazo.
Al principio me quedé mirándolo con la boca abierta, porque no podía ponerle nombre a lo que veía, y lo miraba a él y miraba la cosa.
No entendía a la cosa, no entendí el color, la forma, el modo de cargarla, un poco alejado del cuerpo, apartando la cara, como cuando se está cargando un paquete de basura con mal olor.
Te traje esto de regalo -dijo un tanto cohibido-, estoy tan agradecido que no se me ocurrió mejor manera. Ya vas a ver - agregó - te va a encantar, es una mascota muy dócil, que te va a mantener los insectos a raya, no lo vas a lamentar; te haces amiga y ella te retribuirá poniéndose hermosa, y brillante. Es de la familia de las Sarracenas, pero esta es singular, nosotros la criamos, es especial, extremadamente sensible.
Dicho esto, le pasó el dedo al monstruo muy cerca de una de las hojas, y la planta se estremeció, enroscándose en sí misma, tomando una configuración helicoidal, parecida al cable del teléfono.
¿Por qué me preguntaste si tengo gato? - dije espantada.
Pensé que las plantas carnívoras podían devorarse un gato, imaginé al pobre animal, atrapado por la planta como una boa, mientras el monstruo lo digería lentamente, como hacen las arañas con sus presas, inyectándoles ese ácido que las va disolviendo mientras ellas se la sorben lentamente.
Lo que pasa es que si tenías gato –me dijo- no podía regalarte una carnívora, los pelos de los gatos las intoxican, las enferman, no los pueden digerir y se asfixian.
Así quedó aclarado el asunto.
Al comienzo, me quedaba sentada en un pequeño banco frente a la planta, y le acercaba cosas; fascinada por ese organismo extraño que se estremecía a una espeluznante velocidad; la cosa se desplegada como una oreja gigante y de repente se enroscaba en sí misma. Ni de lejos, ni de cerca, te dabas cuenta por qué, pero veías ese movimiento de repente como una heroína envolviéndose en una capa.
Le hice miles de consultas al alumno, eran mails que iba y venían, mis consultas eran: qué comía, cómo lo hacía, si debía darle agua, sol, luz, aire, calor, qué sé yo, era una criatura complemente enigmática.
El asunto fue que comenzó a incomodarme, era complicada, necesitaba un tipo especial de agua por un tema de acidez, “estratificar” el agua le llaman a eso, que en palabras simples quería decir que había que darle de beber (así, darle de beber, no regar), agua destilada preparada con ciertos minerales para ofrecerle nutrientes.
Se suponía que comía insectos. Pero en mi casa nunca había visto insectos, siempre tengo esos dispositivos contra mosquitos que se enchufan en los 220, que se supone que emite una fragancia que los espanta.
Por supuesto que todo el que venía a casa no podía dejar de notar la cosa esa que se movía repentinamente, entonces yo tenía que presentarla, decir su nombre, su prosapia, el linaje de sus injertos originarios, y así, la vida de la carnívora era más interesante que la mía.
Comenzó a pasar que venían a visitar a la cosa, se sentaban a su alrededor, y se la pasaban mirándola, mientras yo deslizaba bandejas con bocados, bebidas, en fin, que la planta se había convertido en gran anfitriona.
Así, pasaron unos días, hasta que llegamos a ser no menos de diez personas, discutiendo al lado de la cosa, asignándole sentimientos, preferencias por uno u otros; uno comentaba que cuando llegaba la planta se ponía más brillante, otro que cambiaba de color, y así, las visitas de fueron transformando en una especie de peregrinación y largas discusiones sobre la salud de la bestia, o sobre el color, o sobre cualquier cosa que se consideraba descuido de mi parte hacia la maldita.
Un día decidí que era necesario desaparecerla de mi vida.
Entre los métodos que pensé no me dejó de subyugar la idea de regarla con agua común, así incluso tendría el placer de verla agonizar, pero me pareció que las visitas notaría el cambio de semblante de la planta, y a pesar de la atracción que me provocaba la idea de ver cómo fenecía la cosa, no pude resolver el tema de cuánto tardaría en cumplirse el proceso.
Finalmente la solución me llegó de la mano de una amiga, que me envió un mail contándome que su gata había tenido gatitos, y me ofrecía quedarme con alguno, de manera que allá fui, a visitarla y a ver los gatitos.
Aparecí con la bestia, bien erecta, hermosa, con ese brillo infame que provocan en el ego la adulación y la complacencia, y luego de desestimar el llevarme un gatito, que eran hermosos, pero que luego del deceso del mío tenía que pensarlo mejor, le dejé de regalo la hermosa Sarracena con todo mi agradecimiento por haberme invitado, y ahí mismo la carnívora encontró su nuevo hogar.
A mi me enseñaron que cuando se va de visita a la casa de los amigos, no se debe caer con las manos vacías.