Una amiga psicóloga, ella, mi hermana y yo, tomamos un taxi para ir de paseo.
Ese día, había aceptado ir porque estaba neurótica con el calentador de la cocina de mi casa, que súbitamente aparecía caliente, como si estuviera encendido. Yo había llamado al portero, para preguntarle qué le parecía, qué podía haber pasado que la hornalla estaba tan caliente; me di cuenta cuando derritió un plástico que de casualidad quedó encima.
Ya había pasado por esa conversación surrealista de los porteros en los que vos aseguras que no encendiste la hornilla, y él insiste en que sí y yo, que no uso la cocina a gas para nada, porque para todo uso el microondas u horno eléctrico, insistía en que no era posible pues yo nunca usaba el gas, ni siquiera sabía cómo se encendía el artefacto, ya que no uso gas, y así, repetía.
Como me había pasado dos veces, y estaba de mal humor, acepté ir con las chicas de paseo a ver si cambiando de aire podía olvidar el asunto.
El caso es que comienzo diciéndole a mi amiga: En mi casa hay duendes, y acto seguido le cuento lo de la hornalla que se encendía sola, incluyendo en el medio de la historia mi propia hipótesis que fue la que le dije al portero cuando me miraba con cara de: vos encendiste las hornalla. Dije: no fui yo, fue Heman, que envió un rayo por la ventana y encendió la hornalla, porque yo, seguro que no fui. Dicho esto con la misma cara de nada con que el portero me miraba.
Para los que ya me leyeron suficiente aquí, se darán cuenta que estaba siendo irónica, el caso es que sin poder continuar se suscitó el siguiente diálogo:
Taxista: ¡Duendes! Yo soy experto en duendes.
Yo me empecé a mirar con mi amiga y mi hermana, porque ante semejante afirmación, no supe qué decir, puesto que el tipo lo decía muy serio y no me animé a ofenderlo haciéndole notar que yo bromeaba.
Taxista: A ver, cuénteme, qué le hicieron esos traviesos.
Yo: Lo que dije -insistí titubeando-, encienden las hornallas de mi cocina.
Taxista: Yo sé sacar duendes. Soy experto en sacar duendes de las casas.
Yo, ya sin poder salir de la curiosidad le seguí la conversación:
Yo: ¿Y se puede saber cómo se hace?
Taxista: se pone a hervir una pava con agua caliente, y cuando esté hirviendo le hecha vinagre blanca…
Yo: El asunto -interrumpí-, es que no puedo poner una pava, porque en principio, como acabo de decir, no uso la cocina para nada, no sé ni cómo se enciende.
Taxista: Y qué usa para calentar el agua del mate.
Yo: No tomo mate.
Taxista: Y qué toma.
Yo: Té.
Taxista: Y en qué calienta el agua del té.
Yo: En el microondas.
Taxista: Meta la pava en el microondas, cuando hierva, le echa vinagre blanca...
Las tres el unísomo: Nooooo…
Yo: No se puede meter metales en el microondas, es peligroso, puede estallar.
Taxista: Ah…entonces no se puede sacar el duende…
Yo: Pero cómo ¿los duendes no existen de antes que se inventara la pava?, ¿cómo se sacaban los duendes antes de que existieran las pavas?
Taxista: no sé porque yo en esa época tampoco vivía. Yo sé sacar duende de ahora, no de antes.
Nos quedamos todos callados, hasta que llegamos a destino.
Cuando descendimos del taxi, mi amiga confundida me preguntó: ¿de verdad crees en duendes?
A lo que yo, contesté: Y he aquí una muestra de lo que la literatura logra, dado los personajes, un guión, determinada anécdota y circunstancias y se te puede convencer a cualquiera de cualquier cosa.
Mientras, mi hermana que había escuchado todo sin decir nada, dijo:
Por culpa de ustedes, que no lo dejaban hablar al tipo, no me enteré cómo se sacan los duendes, llegué hasta lo de la pava con vinagre, y no me enteré cómo sigue. Porque yo también tengo duendes, sólo que a mi, no me encienden las hornallas, me cambian las cosas de lugar.