No sé cuántas veces estuve a orillas de la existencia.
Cada vez que intento contarlas, la memoria me reporta una nueva, me invade tal profunda inquietud que debo dejar de pensar en ellas hasta estabilizar las emociones.
Son las tantas veces que se ha salvado mi vida, fueron detalles, momentos invisibles, de la mayoría sólo yo fui testigo.
El momento más lejano, creo que a los 11 años, cuando en ocasión de estar de vacaciones en una colonia, tuve la visión que más temprana recuerdo, de que me lastimaría una pierna, sangraría, no podría meterme en la pileta, y cuando ocurrió exactamente así, ello impidió que estuviera ese día allí, donde una corriente se llevó un niño de la villa, sin que nadie pudiera explicar cómo pasó. Justo en ese lugar donde yo solía meterme y por única vez, en esas vacaciones, estuve ausente.
Luego fue de adolescente, y en al menos dos ocasiones de cruzar la calle corriendo, sentir el pequeño golpe en las zapatillas, del roce apenas de un auto que un poco más allá, tuvo un accidente más o menos grave por haber tenido que evitarme. Así como me salvaba corriendo, también ignoraba lo que dejaba detrás de ello.
Nunca supe qué pasaba más allá, qué consecuencias iniciaba el proceso de entropía en el universo, para que yo siguiera existiendo.
En otra ocasión, me ha pasado estar en una habitación cerrada, sintiéndome mal, tuve la oportunidad de abrir una ventana, sólo para sentirme bien inmediatamente, momento que me ofreció la suficiente lucidez para darme cuenta que estaba asfixiándome por un escape de monóxido de carbono. Luego supe que tuve suerte de poder arrastrarme hasta la ventana. Aunque siempre he pensado que la idea de arrastrarme a la ventana y abrirla fue mágica. No sé por qué lo hice, me sentí mal, me acerqué a la ventana, cuando todo lo que creí en ese momento es que algo me había caído mal. Pero en cuanto abrí la ventana, se me pasó el malestar.
Hubo otros asuntos con accidentes de incendios, demasiado cerca, pero con estoicismo para salvar la situación, sin que pueda entender de mí misma, de dónde saqué serenidad en esos casos.
En uno, estaba dormida y había caído una almohada de esas de gomapluma arriba de la estufa, al quemarse, generaba un humo tóxico del que nunca hubiera salido viva, si no fuera que un ruido, cuyo origen era de algo que cayó en la cocina, me despertó lo suficiente para percibir el olor, la situación, y con suficiente reacción como para cortar la electricidad, apagar el fuego y abrir las ventanas. De la cocina había caído una bandeja, que era lo que me había despertado. En esa ocasión casi me convencí que así como la muerte conspiraba, había otras fuerzas que la distraían y me advertían.
La más pintoresca de mis salvaciones, fue el encuentro con una coral, momento en el que instantáneamente reconocí esa especie y alcancé a saltar tan alto por encima de ella que la esquivé milagrosamente. El guía, en aquella ocasión, se quedó paralizado y sorprendido de mi reacción, me dijo que si no hubiera sido por ello, él hubiera tenido que informar mi muerte instantánea, era uno de los ejemplares más venenosos.
Y así, podría estar recordando toda clase de coincidencias, errores de paralaje de la muerte que quiere llevarme desde hace rato, pero miope, me busca donde no estoy aún, o donde ya estuve, el momento más acá o más allá conspira.
Prefiero no recrear otros momentos de peligro, estuve más allá de una bala, más acá de un asalto, en alguna que otra situación de salud, al borde de pasar de largo; sobrevivo así, asiduamente, a orillas de la existencia.
Será por eso que tengo tantas precauciones y la manía de refugiarme en mi misma, haciéndome invisible, cambiándome por otra persona, leyendo, escribiendo, buscando distraer a la muerte, pensando que con vivir todas esas vidas, a veces creándolas, la muerte no podrá hacer blanco en la mía.