Hace unos días, a las 7:45 de la mañana, caminé por Santa Fé, a la altura de Pueyrredón, me dirigía al Sanatorio de dicha esquina, por unos chequeos. En la vereda de enfrente, paseaba un transeúnte, todo vestido de blanco, del brazo de una bella mujer, que llamaba la atención, sin que pudiera definir qué es lo que lo hacía.
Cuando llegué a la esquina, me paré en la cola que ya se había formado en la calle para ingresar a los consultorios externos cuando vimos –los que ya estábamos en la cola-, pasar a nuestro lado al extraño personaje. No nos hubiéramos dado cuenta de quién era, sino fuera que salió un fotógrafo de la nada y comenzó a disparar rápidas instantáneas.
Era Roger Waters, pasando a nuestro lado, a menos de un metro, mientras nosotros, los mirones sorprendidos, nos quedábamos en nuestro lugar de la cola.
El momento, la circunstancia, organizó esa pasividad. La noche anterior habían circulado decenas de leyendas urbanas sobre lo difícil que había sido conseguir entradas para verlo. Verlo pequeño como un dedal a mil metros aunque no para los privilegiados que consiguieron entradas a precios en barriles de petróleo.
Y yo, sin desearlo, ni esperarlo, lo vi a escasos metros míos. Roger Water cruzó la calle directamente hacia a mí, podría decir que me cayó del cielo, frente a mis ojos.
Algo parecido me pasó en el TC 2000, fui a ver. Con ver quiero decir que pensé que vería un reflejo, un auto parado, olería, oiría, pero no más que eso.
Quería comprobar cómo sería la organización, con más ánimo negativo que otra cosa, porque no dejo de pensar cómo es que Macri tiene dinero para pagar semejante espectáculo de dos días, pero cierra grados, despide docentes, no se quiere hacer cargo del transporte, entre otras decisiones democráticas por el estilo.
El asunto es que había tal cantidad de gente que no me podía acercar a menos de 10 metros por lo menos de cada valla, a su vez, las tribunas tapadas, no permitían ver nada, con los cual los árboles, paradas de bus, además de las tribunas estaban llenas de gente colgadas en forma precaria. Bastante peligroso, para los colgados y los de abajo.
Las tribunas, llamativamente vacías en algunos tramos. El asunto tenía su explicación, arbitrariamente los empleados de seguridad cortaban el ingreso a las tribunas aún cuando había gente con ticket para acceder -lo de los tickets, es otro tema aparte para analizar-. Las discusiones en cada acceso eran más de indignación ante la actitud obtusa y policíaca.
No sabremos nunca cual fue la directiva de tal comportamiento, pero la realidad es que había muchos ánimos caldeados en los accesos a esas tribunas.
Sin saber cómo, ni pretenderlo, tratando de acercarme para ver aunque fuera el reflejo de un auto al pasar, una avalancha me metió de prepo dentro del perímetro de las gradas, sin que abrieran el acceso a las mismas. Así estuve, en el limbo, ni afuera, ni adentro, sin saber cómo salir, ni tampoco estar, lejos aún de poder ver algo, ahora en el medio de ningún lugar.
Con mi hermana, decidimos preguntar a la guardia cómo salir, con lo cual nos habilita un paso hacia una salida de emergencias por las que no había nadie. Caminamos hacia la salida de emergencia, ahora sin empujones, ni gente.
Cual no fue nuestra sorpresa cuando advertimos que por allí se accedía a las gradas. Aun perplejas, nos metimos por las escaleras de entrada, quedando ahora exactamente en primera fila.
Esto fue por la diagonal. Apenas comenzaron a probar los coches de la categoría, advertimos que el ruido era doloroso, no me imaginaba yo tapándome los oídos durante toda la carrera, de manera que combinamos irnos apenas transcurrieran las dos primeras vueltas.
En esas cavilaciones estábamos, cuando pasó gente de la cruz roja repartiendo algodones, lo que cambió considerablemente la cuestión.
En un momento, pensando en estos espacios de ninguna parte donde todo ocurre cómodamente mientras nos enterábamos que hubo gente que había coimeado a los guardas para estar allí, levanté las manos al cielo, capaz caía plata.
Mientras había una multitud circulando por ninguna parte, que era todo ese perímetro alrededor del cual colocaron las gradas y que impidió que la mayoría disfrutara del espectáculo, a nosotras el espacio se nos había acomodado para que estuviéramos en primera fila.
Justo en donde estábamos, uno de los autos perdió la chapa de un baúl que voló contra la trama de alambre, del otro lado de la calle, con lo cual esperábamos un accidente en cualquier momento. Cuando la chapa voló, fue bastante impresionante, imagino el susto de la gente que miraba desde ese lado -esa es la imagen que se ve arriba, con cículo rojo, la chapa en la calle-
Nos fuimos antes que terminara la carrera porque no quisimos esperar el momento de la desconcentración masiva.
Para consuelo de los que lo vieron por tv, pienso que era mejor eso, porque se vió más y mejor que en vivo.
No logré fotografiar ni un solo auto, pasaban a tal velocidad que no era posible.
Lo único que logré, fue la foto de la chapa en la calzada.
¿La carrera?, sigo pensando por qué Macri no tiene plata para no cerrar grados y no despedir maestros, mientras, por dos días arma esta clase de cosas que trastornaron la circulación y que la mayoría se perdió, aunque estuvieron ahí.
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