Territorio de letras, laberinto, arcanos, bajo la luz de una lámpara de bajo consumo. Detrás, por la ventana, chifla el clima que no se decide si va a llorar o a seguir amenazando.
Hay una pausa en el ánimo de los transeúntes, como si la indecisión del clima los hubiera contagiado, hay una ambiente de inminencia, algo va a ocurrir, y lo que fuera que vaya a ocurrir nos hace muecas.
Cómo hice para comenzar el mes sin pensar en todo lo que debería construir o hacer o empujar o algo, en vez de este paréntesis a lomos de un libro, no lo sé.
Me escondo, huyo de las responsabilidades, estoy siendo digerida por el libro, que esta vez es de Luis Gusmán, autor que desde que leí El frasquito que espero otro de ese fulgor.
Esta vez es La casa del Dios oculto, que no me presenta los desafíos de aquella gran obra, pero que se deja leer.
Este viaje, es porque en unos días, será el autor que inaugurará la feria del libro, es como un mandato, cómo no leer su último libro publicado.
Muchos hablan de los efectos colaterales de las emisiones solares, del WI FI, del microondas, pero pocos están prevenidos con la literatura, de repente unas pocas palabras en tal vez un solo libro, cambia la vida para siempre.
Esto nos pasa a muchos, todo el tiempo, cada vez que te sumergís en un libro, se abre una puerta y nunca sabés cómo salís del otro lado del libro, como cuando los niños de Narnia abren la puerta de un armario y del otro lado ingresan a la aventura. Viven una vida del otro lado y cuando vuelven, el tiempo de esa vida ha quedado en su memoria, aunque ellos siguen siendo niños.
Un libro es como un rizo del triángulo de las Bermudas, una alteración del tiempo en el que te zambullís sin red, y por la que caes, aceptando los golpes, las abolladuras, para volver sin marcas aparentes pero llena de deformaciones, de desigualdades, sólo vos te das cuenta que no podés circular por la vida del mismo modo que antes de leerlo.
Los libros tienen su propia magnetósfera, algunos, como yo, somos atraídos irremediablemente hacia ellos como si fueran un vórtice, otros, como si tuvieran factor de protección 40, ni siquiera los registran.
En el mundo de los libros, no hace falta ser convincentes, mucho menos demostrar nada, pueden ser pura contradicción, precediendo a los científicos, con un libro podemos llegar al pasado antes que el ojo del observador, no necesitamos calcular las masas y las velocidades, ni tan siquiera distinguir un neutrino de un taquión.
Gusmán, me cuenta la historia del Polaco, en su libro, no tengo idea de dónde lo sacó, pero me resulta convincente.