La tecnología vino a revolucionar todo, mientras se pelea el concepto de libertad, y se discute sobre los proyectos de ley que pretenden controlar contenidos, Sinde, SOPA y PIPA, a pesar de todo, sigue adelante la poesía.
Sin importar si es en papel, o formato electrónico, aunque las editoriales no hayan encontrado el modo de comercializarla, la poesía tiene su propia circulación.
Para los que amamos la poesía, es una cuestión de conservación, de gozo y razón, no tiene precio ni es de pobres o de ricos, la poesía es, simplemente.
Su evolución e historia no se ve menoscabada por la tecnología, ni por la discusión sobre si es mejor leerla en papel que en formato electrónico, ni si se puede desarrollar en 140 caracteres.
La poesía se resiste a todas las contracturas de la modernidad, se desliza airosa.
De gran interés en su ínclito misterio, el canon ha intentado definirla, como tratando de desguazar su misteriosa belleza.
La poesía, en teoría, se basa en ritmo, en tono e intensidad, lo que está relacionado a la métrica y al idioma en que se escribe.
La métrica es el aspecto en el que se trata de encajar el mecanismo del verso, elemento constructivo y sus composiciones, combinado con lo fónico como si ello configurara la magia de la poesía.
La poesía produce una resonancia particular y establece un vínculo único con su lector, independiente del idioma, independiente de la lengua; la poesía se comunica con una parte de nuestro ser al que nosotros mismos no podemos alcanzar.
Estaremos en la era del Facebook, el exhibicionismo visual; en la del Twitter, el desbocamiento escritural, pero sin menoscabo de ello, la poesía sigue siendo esa forma críptica que se comunica con nuestros sentidos sin que podamos evitarlo.
En cualquier caso, el refugio más perfecto en este tiempo de incertidumbres.
La poesía es, me parece, la mejor forma de supervivencia.
Ana Abregú
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