Todo el día de ayer podría figurar en los anales de días excéntricos. Ocurren cosas inesperadas que se vuelven sustancia de reflexión.
Empezó, creo, cuando intenté cruzar la avenida Córdoba a la altura de Pueyrredón me topé con una bandada de personas en camiseta negra, con enorme cartel en la espalda que decía: AFIP.
¡Cuervos!, refunfuñé, y con una voz que no sé de dónde apareció, pero que usó mi boca para hacerse oír, se escuchó: ¡Cuervos!¡Cuervos!, haciendo que los transeúntes a mi alrededor se rieran, algunos, me miraran con mala cara otros, y yo, sintiéndome avergonzada de la extraña que había tomado mi voz y mi boca, no atiné sólo a excusarme, ¡estoy hablando de Poe!
Intenté cruzar la calle para alejarme de ese mal hálito, cuando veo un una mendiga que delante de mí hacía caso omiso de la luz verde para los autos; muy delgada, toda cubierta de ropa de invierno, como un salchichón.
Ya desde atrás se adivinaba una mendiga, pues hacían 37 grados, para estar así envuelta parecía una criatura de otra especie, completamente innatural.
Así ella, con bastón, la espalda encorvada como luna menguante.
Se me ocurrió detenerla tocándole el brazo, con la idea de que se diera vuelta, mientras le decía: señora, cuidado, no cruce.
La reacción fue simultánea de sobresalto y atacarme a bastonazos.
Salí apaleada, a los gritos, lo que hizo que los automovilistas prestaran atención y detuvieran la marcha para no atropellar a la señora.
Cuando logré alejarme a distancia prudente del hábil bastón, seguí mi camino por Córdoba, en donde no caminé ni media cuadra que vi a Batman venir volando desde el cielo, por encima de mi cabeza, lo vi rozar el cochecito de un bebé, al que milagrosamente no atropelló e ir a clavarse contra la ventana de costado de un auto que pasaba.
De milagro no se le clavó al conductor, aunque le rompió el vidrio.
La madre del bebé, blanca como sábana, el conductor, con el auto parado, yo y todos los transeúntes mirando azorados hacia arriba.
Batman estaba dibujado en lo que debió haber sido un cerramiento de persiana, que por alguna razón había venido planeando desde arriba, hasta quedar clavado en la ventana del auto.
En frente, hay una construcción y desde allí, los obreros gritaban: Cayó desde el último piso.
Al rato salió un hombre mayor, muy apesadumbrado, pidiendo disculpas, estuvo tratando de arreglar la persiana cuando de repente se le voló por el balcón, fue la explicación.
Cuando llegué a casa me enteré, que unos minutos antes de haber estado yo caminando por allí, alguien se había arrojado de un edificio.
Un hombre mató a su suegra a mazazos, arrojándose él, luego, por la ventana.
En suma, ocurrieron otro par de cositas menores, que frente a esta no vale la pena ni comentar.
Pero de todo, lo que más me quedó de día nefasto, es no haber podido saber qué pasó con la AFIP que andaban dando vueltas por el barrio, provocando disturbios.
Estoy casi segura que esas malas energías contaminaron y a partir de ese momento comenzaron a ocurrir cosas malas.
No sé si aún ha terminado.
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