En esta fábula trato de narrar las reflexiones de un gorila, que no logra comprender el comportamiento suicida de los seres humanos en la irresponsable carrera de destrucción del planeta que habitamos.
En un viaje que emprendí al territorio de Kenia motivado por razones comerciales, tuve la oportunidad de conocer a “Sonko”.
Era una noche cálida y luminosa, un viernes santo para ser preciso.
Luego de compartir sendos jugos de coco y hechas las presentaciones, Sonko me habló de lo que ahora paso a relatarles.
Andre Laplume. Kenia, Enero del año 1964.
”Nací hace setenta años en el territorio de este país llamado Kenia, mi hábitat fue la selva.
Soy el Rey de mi manada, por heredad de mi padre y antes por mi abuelo. Entre los míos ser el Rey no otorga un privilegio, más bien una responsabilidad, debo velar por mis congéneres, dar ejemplo de moral y vigilar la conducta en los procederes.
Fui feliz a lo largo de todos mis años, mis ayudantes fueron colaboradores fieles y eficaces, y se respetaron las reglas elementales de la convivencia, logrando que nuestra vida gozara de los beneficios que otorga la conducta honrada, la responsabilidad compartida, más el beneficio de gozar de una justicia equilibrada.
Nos alimentamos de lo que la naturaleza nos ofrece en abundancia como ser frutos y gajos tiernos. Saciamos nuestra sed con agua fresca y pura que brota de los manantiales.
Nadie nos educó en esta conducta en cierto modo ecologista. Nunca hemos contaminado la tierra ni las aguas. No matamos a otros animales, ya que nuestros hábitos son vegetarianos, que a más de sanos atemperan la fiereza presente en nuestros rostros.
Construí mi choza en un lugar apartado para no interferir en la vida cotidiana de mis súbditos. Disfrute de hembras jóvenes, a las que traté con amor y fui correspondido. Tengo muchos hijos que se criaron con el resto de la manada, sin ninguna clase de prebendas. A uno de ellos le llegará el día de ejercer mi rol, en la medida que pueda ostentar los atributos necesarios para el ejercicio de esta responsabilidad.
Solía recostarme buscando fresco en las tardes calurosas con mis esposas preferidas recogiendo sus mimos mientras me adormecía el murmullo del arroyo y la música del viento engarzada entre las ramas altas de los árboles.
Los humanos que habitan en tierras cercanas nos tratan con respeto, en la medida en que ninguno de los nuestros les ocasione algún daño, cosa que rara vez suele suceder.
Nuestras relaciones fueron desde siempre cordiales, incluso muchos de ellos nos adjudican ciertos atributos relacionados a los de sus deidades.
Nunca estuve de acuerdo con estas prácticas ya que me parecen afectadas por la ignorancia y la necesidad de los humanos de creer en poderes y virtudes ajenas.
En cambio nosotros confiamos en la naturaleza que nos dotó de cuerpos sanos y fuertes, más un grado de inteligencia que nos suele diferenciar de muchos otros animales, incluso los mismos humanos desarrollaron teorías que sustentan ser antiguos descendientes de los monos, teoría que me resulta incómoda y preocupante, ya que no me sentiría halagado en el caso de que fuera real.
En los últimos años llegaron muchas novedades a la selva, algunas las fuimos incorporando a nuestra forma de vida, entre ellas la televisión.
Doy amplia libertad a los míos para decidir por cuenta propia los programas que pretenden ver.
Solemos asumir charlas sobre estos temas en largos debates que a veces nos ocupan hasta el amanecer. Luego, cada uno de nosotros es libre para elegir. Por lo general solemos evitar aquellos programas que se basan en la agresión, la guerra o el comportamiento egoísta de los hombres, así como aquellos que tratan de atraer con contenidos que exacerban la sexualidad.
Entre los nuestros, no precisamos de estos estímulos, que además nos parecen artificiales. Nuestros deseos están depositados en las hembras que amamos, y ellas son las legítimas dueñas del objeto codiciado.
Tampoco nos complace ver la carrera alocada de los hombres trajeados y acicalados, cuando consienten que la vida los esclavice para obtener beneficios que a veces no tienen tiempo para disfrutar.
Tengo en mi choza un televisor en el que suelo ver muchas películas, en especial las que se relacionan al mundo animal.
Solo me identifico con la emotividad y aprecio nuestra valentía a la hora de defender lo que amamos.
Jamás hemos deseado integrarnos a una sociedad que suele sucumbir ante la perversa imagen de sus propias fantasías, una sociedad indiferente que ignora la enfermedad, el hambre la desolación y el abandono en que vemos caer a los humanos.
El poder económico y las armas se imponen esclavizando pueblos y naciones. La vida tiene muy poco valor si no es la del poderoso. Fieles concurrentes a reuniones religiosas y humanistas, improvisan largos discursos misericordiosos y solidarios, a tal punto que a muchas de sus mujeres se les permite llorar en el anonimato de una butaca”.
Sonko, “Rey de los monos”
Andre laplume. |