Ella que te observa mientras lee, sonríe por algo que recuerda, tal vez la juventud, y cierra el libro.
Un sorbo de café, te acaricias lentamente tu barba, que ahora es blanca como tantos rincones de tu pensamiento. Ella, que te mira llevada por inciertos motivos, vos, entre sus ojos y sus labios perdido ¿que más deseas? que otro reclamo permanece guardado.
Ella te comprende.
Recoleta, cementerio, calle, bar, cine. Alguien observa junto al paredón sobre una banqueta acurrucados, dos chicos que intentan con torpeza descubrir los ritmos del amor.
Se reconocen en el sabor de la saliva fresca, ella se sienta sobre sus piernas, el chico le acaricia las mejillas, le acomoda la pollera para cubrir sus rodillas.
Ella acepta las primicias, se reconoce mujer al sentir en su propio cuerpo crecer los anhelos de su chico, y lo besa, pasa la lengua por sus labios y el la deja hacer. Después se abrazan apretadamente, el murmura cosas junto a su oído, besa lentamente su cuello adolescente.
Una gran fiesta frente al paredón, muertos y por ahora vivos no se reconocen iguales, ignoran estados diferentes.
Y cae la tarde y una tormenta se avecina. Los cipreses del cementerio se inclinan, el viento era del sudeste.
Sentís miedo, angustia, decidís que ya es hora, que es suficiente. Te alzas haciendo ruido con la silla para llamar su atención. Ella también se prepara para salir.
Nuevamente te comprende.
Al pasar junto a su mesa te reprimes, te falta coraje para decir lo que estás sintiendo.
Continuas caminando hacia la calle. Es posible que sientas arrepentimiento, pero ella vuelve a comprenderte. Se incorpora y te sigue. Permaneces parado cerca de la puerta cuando ella sale y vuelve a mirarte como pidiéndote permiso para acompañarte.
En tu cara hay una sonrisa. Hay un abrazo y un beso ligero. Ella te mira, te toma de la mano y comienzan a caminar alejándose del cementerio.
Ella pregunta que te pareció la película, que estaba sentada junto a tu butaca y te vio llorar cuando llegó el final.
Te sentís descubierto, eras un sensible. El cielo se hizo oscuro y comenzó a llover con gruesas gotas. Le contestaste que te había gustado mucho, que te habías conmovido y le ofreciste de tomar un taxi.
Ella se aferró a tu cuerpo, te contestó que no era necesario, que a ella le gustaba caminar bajo la lluvia. Continuaron caminando abrazados, como dos enamorados.
Como si fuera “Medianoche en Paris”.
Andre Laplume.
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