Vivimos la era en la que algunos juguetes son más famosos que escritores.
Se han vivido algunos fenómenos al respecto, como por ejemplo el típico osito de peluche que comenzó su historia como un simple alfiletero, hasta que la casualidad hizo que en vez de ser adquirido para el objetivo que fue creado, despertó el fanatismo de los niños, convirtiéndose en motivo de centenares de productos usados por el “merchandaising”.
Luego está la Barby y su esposo Kent, ambos íconos de una cultura que ha estado tirando de las narices, como ganado, a toda una generación de mujeres y hombres que ven en sus formas y color el ideal de la raza humana.
Rubios, delgados, atléticos, blancos, lujosos, es increíble que este modelo haya ganado décadas de adeptos y continúa.
Respecto a estos fenómenos, no es que crea que los imponen o nos los imponen, evidentemente hay alguien que interpreta estos modelos como deseos inconscientes y los ponen en actividad.
En el medio hay una serie de intentos menores, los seamonkis que fueron una moda que se pasó, el tamagoshi, que tanta controversia causó, ya que era un personaje electrónico que moría virtualmente si no era atendido por su dueño, causándole no pocos traumas a los niños, por suerte, retirado del mercado rápidamente, aunque no hay que dejar de señalar que fue realmente un boom, no sólo como idea, sino como ejecución.
Ahora apareció Boo, un perro de raza Pomerania, con presencia en las redes sociales que tiene millones de adeptos.
El dichos animalito tiene su propia página web, cuenta en facebook, es un referente en moda canina, cuanta con sponsors al respecto, prendas y todo tipo de accesorios son los opcionales a que los chicos acceden con un mero click.
Boo cuenta con una biografía que funciona en tiempo real, su propio libro; los chicos pueden acceder tanto a su sitio como al facebook y consultar su vida, como si fuera real, esperando a su dueña mientras ella trabaja o cosas por el estilo.
Lo que no deja de crecer en los medios sociales son los medios de “captación” de niños como clientes de negocios, disfrazados con este tipo de peluches, mascotas, dulces, hay un ejército de publicistas creando estas “manías”, captando y formando los clientes presentes y del futuro.
El uso de las preferencias de los niños en marketing y productos es espeluznante. Los padres tienen que trabajar exclusivamente para pagar estas cosas o se arriesgan a criar un niño inadaptado, “fuera de línea”.
Conozco un niño al que sus padres crían fuera de estos sistemas, no puede comer dulces o jugar a la play station, lo que más me ha sorprendido es la docilidad del niño, un misterio. Lo vi rodeado de todos los tipos de juegos a los que la mayoría son adeptos, sin mostrar siquiera interés, e incluso en fiestas infantiles sin prenderse del momento de la piñata, cuando todos los niños tienen permisos para la gula.
Me pregunto, por otra parte, si eso es tan bueno, me pregunto si esa docilidad no es que ha desarrollado una apatía ante los mandatos de prohibición, me pregunto cuánto puede dominarse un niño para dejarse llevar por la vida, para disfrutar sin red, justo en el momento en que se es libre para hacerlo.
Quién sabe cuál será resultado, cuando adultos, quién puede decir qué es lo mejor, la adaptación, la mimetización con el medio y sus necesidades, conductas, deseos, o el control absoluto en pos de un ideal, en un mundo que va en dirección opuesta.
Quién sabe.
|