Conocer a alguien saca a relucir aquellas acciones que nos enseñaron para presentar nuestra persona de la mejor manera posible.
Esto, en palabras más simples es: engañar, simular; es el primer comportamiento que se aprende como interpretación de “desarrollo social”.
Cuando se trata de buscar un trabajo, además de ser una especie de nivel alcanzado en este engaño, es un ítem del propio currículum, esa presentación pasa a ser una cualidad dentro de las capacidades que se espera de una persona que va a desarrollar una actividad dentro de una empresa.
Por el mismo concepto, el comportamiento masculino, debe diferenciarse del femenino, o colocándolo de otro modo, es la mujer la que tiene que hacer el esfuerzo de diferenciarse, ya que entre hombre el código de comportamiento es disculpable, pero en una “dama”, no.
Lo extraño del asunto es eso: hombres y mujeres disculpan las ligerezas de comportamiento de un hombre, como la galantería excesiva y desubicada o incluso en el lenguaje, pero ninguno de los dos disculpa a una mujer en la misma situación.
El objetivo de lograr un buen reconocimiento, se podría decir que es una necesidad social, una buena primera impresión, facilita las cosas, está impreso, parece en nuestro comportamiento y no está probado que se pueda evitar, todos necesitamos poder elegir nuestro grupo de pertenencia y haremos lo posible por encajar en él, aunque sea mintiendo, o evitando mostrar, que es otro modo de eludir la imagen que tenemos de no aceptación de nosotros mismos.
En todos los casos es una valoración personal en dos aspectos, uno en cómo nos vemos o cómo suponemos que los otros nos ven, y ahí talla la autoestima, y el otro es como realmente nos ven, lo cual estará teñido de los mismos prejuicios: el modo en el otro decide cultivar su apariencia con una.
Cualquier psicólogo doméstico dirá que en la vida lo mejor es aceptarse, y que es por ello mejor trabajar la autoestima, en un lugar bien cómodo, por cuotas elementales, como un diván.
Pero la realidad de la vida parece ir en otra dirección, en una donde para conseguir el dinero para pagar el diván se requiere de ese roce social, aprendido o adquirido, sin el cual no somos convenientes para postularnos a un trabajo, sin importar cuán preparado intelectualmente estemos para ello, ni para amistad, sin importar cuánto interés ponemos en ello.
La realidad es que la fragilidad emocional, se construye en la casa, y una vez enviados al mundo hay que guardársela en el bolsillo, y el que no puede, hará la fácil: se conseguirá quién lo haga por ella, casándose o haciendo lo necesario para apoyar esa “necesidad de contención”, en hombros ajenos, es un mecanismo de supervivencia.
Habrá muchos análisis al respecto, mucho de sistema que quieran redirigir el comportamiento, pero realidad, ahora invadida por la virtualidad es que estamos al albur.
La época de la pulcritud de las uñas, la cara pintada, la minifalda está tan saturada que es poco probable que logre el efecto esperado.
Ahora estamos en la peligrosa era del cambio de imagen, pero falso. Antes pulíamos modales, ahora, tenemos que pulir el cuerpo: prótesis mamarias, prótesis en el traste, en la cintura, en los pómulos, en las uñas, en donde sea; lo que no nos dio el roce social, lo adquirimos en los quirófanos.
A un día del año internacional de la mujer, del año 2011, mi conclusión es que las mujeres vamos para atrás.
Hay miles de publicaciones que alientan todo lo falso que tenemos que poner en juego para seguir en una vida, falsa también, pero que nos convencen que es la que queremos.
Entonces las miles de revistas nos muestra la ropa que queremos, el maquillaje, las joyas, y de la misma manera que veníamos aprendiendo el engaño social, aprendemos a completar el disfraz y encima a desearlo como una solución a nuestra vacías vidas.
Por eso entiendo a los hombres cuando desconfían de nosotras, esa expresión corporal, la forma de caminar, el lenguaje del cuerpo, seguramente es un escenario, y ante tantos y contradictorios estímulos visuales, no hay cómo no desubicarse a veces.
Las revistas prácticamente nos intiman a las mujeres a este montaje de apariencias, y a montar trampas para que den resultado.
Por último, estos “buenos modales” adquiridos “para” la trampa de osos, está considerado socialmente como un “valor” mucho más importante que los verdaderos sentimientos y sobre todo con la verdadera vida que toda mujer, en el fondo quiere, que no tiene nada que ver con esas posturas adquiridas, sino con estar feliz, cuidado y criando hijos, desarrollando una carrera que nos mantenga el intelecto ocupado y el corazón feliz, por pura vocación, y ser aceptadas como somos, sin tener que mirarnos en el espejo penando por la celulitis cuando nuestros maridos mira a las mujeres de la tele, que no queremos ser.
Ya sé, una utopía, pero espero, por el bien del futuro de la humanidad que llegue un momento en que las mujeres empecemos a ser mujeres, seres humanos, y no objetos de consumo.
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