En algún momento abominé sobre ese aparatejo, el libro electrónico, con un rechazo propio del hecho que desde que tengo memoria que me quieren encajar todo tipo de porquería tecnológica, ya tengo un celular del que apenas entiendo que tiene un tecla que presionas cuando queres hablar y otra, diferente, para contestar, cuando mi viejo y confiable teléfono sólo tiene una y se las arregla sola para hacer lo que tiene que hacer cuando levanto el auricular o cuando lo dejo.
Pero todo en el mundo se complota para que vos te desconvenzas rápidamente de lo que estabas convencido, y el desconvencimiento se presentó con un vestido ajustado, menuda, joven y descarada, como me gustan.
Me acerqué tímidamente, porque ya no estoy para rebotes, me sentiría ridículo, pero la niña no me rechazó, al revés, me miró y supo antes que yo lo que pensaba, porque ahora las nenas viene así, programadas para leerte las intenciones.
Me invitás una gaseosa, me dijo, claro, le dije, aliviado que no pidiera otra cosa, ya que parecía menor de edad.
Nos sentamos en una mesa, y estaba por comenzar a charlar; ni siquiera atiné a desplegar la verba, que comenzó a sonar el maldito celular, pensé: lo que me temí, ahora el bombón se pone a digitar mensajes y me quedo colgado como un tarado mirándola.
Ella, como dije, me lee los pensamientos, me dice: un segundo, es un segundo nomás, me están enviando un libro electrónico.
Cómo que te envían un libro, le digo, me envían por el celu, después lo paso a mi libro electrónico.
Ah, le digo, tenés uno de esos. Ella me mira, esta vez me juzga, los conocés, me pregunta, oí hablar, pero nunca vi uno.
Ah, mirá, y me saca uno de esos chiches de la cartera, la verdad, sacó una especie de tapa, así de finita, lo encendió, me mostró cómo son las funcionalidades, claro, todo tan rápido que apenas mi cerebro sintonizaba lo que tenía el aparatejo, pero sí tuve la oportunidad de ojear los libros que tenía en el catálogo, vi a Borges, a Cortazar, a García Marquez, había otros nombres que no retuve por tenerlos menos nombrados o ausentes en mi memoria, lo que me dio un dato de la piba, me hubiera servido si yo hubiera leído a esos autores.
Por supuesto que no supe qué decir, ni del aparatejo, ni cómo usar esa información para darle charla al bombón, me desinflé todo, no me levantaba ni un escarabajo con esa onda. Chau, gracias por la gaseosa me dijo a los minutos, chau, le dije.
No hay caso loco, las épocas cambian, antes tenías que comprar el llavero de un BMW, para que te den bola, luego fue el celular, que las fotos, que si filma, que si se escucha música, que si tiene mp3, ahora es el libro electrónico; encima, le cuento esto a mi hermana, ya todo deprimido, que es la que me ayuda con los elementos que hay que adquirir; ella entiende algo, sólo para escuchar una bobada: ¿no se te ocurrió que más sencillo hubiera sido leer a Borges, a Cortazar, a García Marquez, en vez de preocuparte por no tener un libro electrónico?
Las mujeres al final, no entienden nada, no sé para qué me gasto.
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