Cuando D.P. comenzó a trabajar como encargado del Consorcio, nadie le anticipó (como sí le había sucedido a Mr. Otis al adquirir Canterville-Chase) que estaba cometiendo una terrible necedad, porque el Consorcio estaba embrujado.
Pero no pasó mucho tiempo hasta que empezó a sospecharlo...
Cada domingo, al retomar su semana laboral, D.P. descubría con total asombro y estupor que una nueva baldosa del vestíbulo se encontraba limpia y reluciente. En vano intentaba disimular su brillo o redistribuir democráticamente la suciedad ambiente... La baldosa persistía en su impecabilidad, y al domingo siguiente una nueva baldosa se le unía, cual paradójico aquelarre de amas de casa.
Luego de indagar, ensuciar, patalear y rezar durante semanas y meses, finalmente D.P. tuvo que reconocer la índole sobrenatural del acontecimiento. Fue entonces cuando, diligentemente, me regaló una crema con aloe vera (para manos percudidas por el detergente) y prometió solemnemente hacerse cargo él mismo de la limpieza del hall de entrada. |