¿Se aprende a ser lector? Es una pregunta que nadie quiere hacer, pero que tiene una respuesta concreta: sí. Se aprende con la cantidad de lecturas, y qué queremos decir que se “aprende”, si a leer refiere, estamos capacitados para ello desde la escuela primaria.
La respuesta depende de la biblioteca que tenemos, no por la cantidad de libros, sino por la calidad. No se aprende por niveles, se aprende por gustos, en mi caso, la literatura latinoamericana es lo que llena mi biblioteca, a pesar de haber leído literatura inglesa o francesa, traducidas, la realidad es que mi aparato de interpretación está relacionado a los instrumentos que adquirí con la lectura de escritores latinoamericanos, no solamente escritores argentinos, sino latinoamericanos. Parecen conceptos reducidos respecto a la gran literatura y probablemente lo sea, pero no deja de ser una visión universalista sobre los modos de leer, sobre todo en el momento de la globalización que vivimos.
La nueva literatura se nutre de la vieja, lo que cambia son los soportes, los orígenes, la palabra internacional parece de Perogrullo.
Cuando analizamos el proceso de leer y la literatura no podemos dejar de lado el entrenamiento constante a que nos someten los medios y tecnología, un lector que recurre a lo fragmentario y que tiene a no distinguir información de relato, o realidad de ficción o que la diferencia no le importa. En este sentido la ideologización de la información, la que se convierte en relatos, parece tener que revelarse como realidad por el mero hecho de representar hechos actualizados, el relato que va a subsistir como ficción, pasa a un híbrido de naturaleza real por el hecho de compartir con información su conjunto anecdotario; ¿dónde queda la literatura en esto de mezclar géneros, entre crónicas, policial, política, economía?, no importa cómo combinemos los elementos de que construimos nuestro texto, sin duda estará sometido al aparato de revisión en base a recursos literarios, a comparación con escritores e incluso con modas o épocas.
Se apela, ahora explícitamente a la participación del lector, con sus hábitos e influencias en el método de escritura, en grafía, en expresión; hace poco leí un texto en donde se reproducía el menú en la pantalla, del envío de mails, en la forma en que lo ve el personaje escritor, “archivo enviar responder grabar…”, introduciendo la grafía y el espacio del papel en el argumento y acción.
Como recurso parece un gesto como el de emoticones, esos pequeños íconos que se traducen en emociones, pero escritos, ya el lenguaje parece empujar el papel y necesitar apoyo visual.
Los rasgos, no tan novedosos, de la literatura es incorporar la forma en que se muestran acciones de los personajes; pero es una idea que ya había desarrollado un precursor, en épocas pre computadoras, Jardiel Poncela, (1901-1952); estableció una especie de movimiento humorístico en la forma de escribir, utilizando la grafía para dar sentido, o jugar con él; eludía el chiste fácil, pero su metodología influenció a las generaciones futuras haciendo que su formato pareciera obvio o lugar común, pero no fue así en su época.
No podemos negar, como escritores argentinos, la influencia de la literatura española, sobre todo porque los que tenemos cierta edad transcurrimos la escolaridad con textos de origen español, nos llevaría tiempo y acceso, desarrollar el gusto por la literatura latinoamericana, y en esa dirección podríamos decir que somos lectores que aprendimos literatura. Aprendimos a leernos y a respetarnos como autores locales, más allá de las modas y los esporádicos saltos de éxito de escritores argentinos o extraordinarios sucesos comerciales como lo fue el Boom latinoamericano.
Más allá de las épocas, creo que a leer se aprende y no precisamente de la cantidad, sino de la calidad, haciendo el esfuerzo a veces por comprender más allá, lo que parece poco probable incluso.