“Aunque sea el escritor el que escribe es el lector el que interpreta”, dicen; pero un día, un escritor latinoamericano que podrían ser muchos, escribió Pedro Páramo, Juan Rulfo, y torció la realidad para siempre, diseño el mundo de los muertos, para los vivos y produjo un impacto, no sólo en literatura latinoamericana, sino en los lectores que se vieron, de repente, ante un desafío interpretativo.
Algunos están de acuerdo en que el viejo sistema de “escribir para uno”, ha dejado de ser real, o nunca lo fue, es muy difícil poner en tensión el gusto personal, la lectura personal con el ancho mundo de lectores, sin preguntarse en algún momento por qué escribo esto, para quién.
Es una discusión eterna, sin embargo, en tanto calzar escritura en lenguaje, ya estamos siguiendo reglas que incluyen la comprensión del lector, la maquinaria escritural se nutre de ese cuerpo de normas y reglas que conforman la gramática, la ortografía, el estilo; salirse de la horma, es un desafío que a escritores de gran talla les da resultado.
La regla parece ser, encontrar una nueva forma de decir, y ello es garantía de éxito, pero es sólo un enfoque, sin el lector, la originalidad se pierde.
Los años, dicen, ayudan, reflotan autores que en su época no fueron comprendidos, pero en la realidad es que debe haber un enorme caudal de escritores desconocidos, que aunque con obra interesante, no llega a los lectores.
Unos pocos lectores, por ejemplo, han logrado disfrutar de escritores argentinos que recientemente han merecido atención de lectores y que logran difundirlos más bien entre sí, por recomendaciones, porque algún otro escritor importante no los deja caer en el olvido.
Tal el caso de Nestor Sanchez, una voz literaria de gran riqueza; uno de sus libros que leí sólo porque el título me pareció perfecto, “Solos de Remington”, que es como leer un texto que descifra la habilidad de este autor para colocar la prosa en el espacio de la música, la palabra en el sonido, la voz en movimiento a través de la palabras; obliga a repensar cada palabras y convertirla en voz. Una experiencia que coloca la interpretación del discurso en un ritmo autónomo.
Otros autores interesantes, ajenos al circuito comercial y a la vorágine de la Internet, que está generando lectores demasiado apurado, se encuentran en la colección de Reciénvenidos, cuyo curador, Ricardo Piglia, ha emprendido con una agudeza como lector, que le agradecimos.
Son imperdibles “Minga”, de Dio Paola, “El mal menor”, de Clarlie Fieling, y estoy segura que soy injusta, toda la colección vale la pena, aunque no sé qué pasó luego de la desaparición del escritor, aunque sé que con suficiente antelación la colección estaba publicitada como sería completa.
Vi, cuando se lanzó, que se incluía la novela “Morirás lejos”, de José Emilio Pacheco, pero nunca la vi publicada, el ejemplar que tengo es antiguo, y esperaba esa reedición para recomendarla.
No son libros que puedan decirse escritos pensando en el lector, somos los lectores los que aceptando recomendaciones llegamos a ellos.
No puedo dejar de lado otros escritores argentinos que son conocidos, que no han necesitado pelear contra el olvido, cuyos textos hacen gala de un lenguaje personal, que deja huella indeleble en los espacios de la literatura, “El Frasquito”, de Luis Guzmán, “Farabeuf”, de Salvador Elizondo, y de éste último autor, “El hipogeo secreto”, fórmulas de éxito para los autores en tanto decisión de proponer una nueva forma de relatar, y encontrar los lectores que suscriben.
En definitiva, los lectores importan, aunque a veces no se juntan los textos de un escritor y su lector, lo que implica que habrá muchos por descubrir.
Soy una lectora ecléctica que bucea en las librerías sin importarme el nombre, es así que descubrí, tempranamente, escritores que recientemente están siendo difundidos, tal el caso de Evelio Rosero Diago, con “Juliana los mira”, “Ritmo vegetativo” de Ramiro Quintana.
Habrá otros, textos que aún no han sido escritos, quizás.