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27 El amor es ciego, pero los vecinos no. Clarasó   por   Rafa*
 
 
AnaAbregu 3/3/2012 | 10:49:30 a.m.  
 
La poética del menemato desborda al género policial
Roberto Ferro, El otro Joyce: Buenos Aires, Liber, 2011
Tags:
  El otro Joyce   Roberto Ferro   literatura   literatura latinoamericana   crítica de literatura   escritor argetino   escritores latinoamericanos   Metaliteratura
 
 
 
“Había un juego que la excedía”
(p. 209)
 
El otro Joyce es una novela bifronte: el narrador edita un texto que es de otro; un personaje buscado en el flanco policial de la novela puede ser tanto Pippo como Almeida; en el anagrama de Erbóreo R Frot de la contratapa del libro se enhebra un monograma abierto a incalculables puntos de fuga; James y William Joyce son encontrados casi en el momento preciso en el que se busca al otro; circulan dos ejemplares del Finnegan´s Wake anotados por Borges y, por qué no, hay dos versiones de un mismo párrafo, en la página 268 y en la contratapa del libro. La novela es a su vez de una estructuración dual: incluye, y durante largas páginas confunde, dos pesquisas, una de un hombre, otra de un libro; la lista puede extenderse. Genera condiciones de lectura patológicas, que permiten pensar incluso que el propio nombre de la colección en la que el libro de Ferro se enmarca, ese carácter “pardo” de la orilla, insiste con esta provocación dual.
 
La autonomía de las dos orillas de esta novela parda es precisamente lo que permite pensar contactos. Por el flanco de la pesquisa del libro de algún Joyce se filtran hipótesis sobre la ficción, sobre la escritura; por el flanco policial se filtran hipótesis sobre la lectura y se despliega un juego de intervenciones semióticas. Entre ellas, es notable una atención retórica no del verbo, sino de la gramática de los cuerpos. Una lectura a la letra de la epidermis, bajo la que se está suponiendo, no sin vértigo, que todo inquilinato en una estructura es un exceso y una falta: estrictamente, sobra en los cuerpos una semiosis sin embargo incompleta.
 
Quizás a esto responden los giros de disconformidad del editor-narrador respecto del modo en el que viene llevando este relato que devino (no era ya) novela, o la recursividad, o las propias observaciones a la factura de ese texto que va siendo operado, casi intervenido con impotencia, siempre cuando ya no tiene remedio y sólo puede apelarse al remedo.
Quizás a eso responde un motivo que se repite a lo largo del texto, y que se ejecuta en su plasticidad siempre cóncava: los personajes no saben en qué lugar de la estructura se encuentran. Esto, me permito arriesgarlo, es acaso el gran problema que postula esta novela pero, además, en un segundo nivel de riesgo, es posible involucrar este extravío en una estructura con la figura de un caudillo del extravío político de sus elementos subordinados: la de Carlos Saúl Menem. El expresidente argentino resuena en estos personajes como esa estructura ideológica seductora y violenta en la cual el sujeto político nacional pierde indefectiblemente su brújula. Y la pierde por otra razón, que también inculpa a la figura de Menem: el narrador está siempre, y sobre todo al comienzo de la novela, muy ocupado. Tiene muchos trabajos, muchas “changas”, y su pobreza, sin embargo, es su constante. Es un (al menos) doble agente natural, es un sujeto de menemato, forzado a lo múltiple, a vivir en una incómoda simultaneidad esquizo, compartimentada desde el plano laboral hasta su predisposición a percibir la realidad bajo esas condiciones.
 
En estas condiciones debe, el narrador-editor de la novela, alinear las dos búsquedas, la de un libro y la de un hombre, en una superposición de historias entramadas en un policial rebelde y desaplicado: si en un policial arquetípico dos o más hilos narrativos, que parecen desconectados, poco a poco, y hacia el final, se articulan, en esta novela, dos hilos narrativos dominantes que se tienden a vincular desde la voz del narrador, poco a poco y hacia el final se desarticulan.
 
En esta desarticulación, una superstición residual (borgeana) e intermitente del narrador-editor: la de querer construir una especie de significante sintético, último, una presencia sobre la que confluyan todos los fragmentos. Hacerlo conllevaría convertirse en un detective con forma de héroe épico. Así, la novela va precisamente de esta ambición épica, que tiene que ver con el deseo de asir el significante último que lo articule todo, y termina en la novela, es decir, en ese fracaso, en esa ablación irreparable de la simultaneidad y de lo doble sin síntesis.
 
Hernán Bergara
 
Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Ana Abregú.

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