Stéphane Mallarmé (1842-1898), constituye, entre otros, un punto de referencia en la vanguardia del lenguaje de su época, sin dejar de lado los autores que dominaban el panorama intelectual: Charles de Baudelaire (1844-1867), Arthur Rimbaud (1854-1891), se podría decir que es el jugo en el que Mallarmé fraguó el movimiento simbolista.
Este escritor propuso una doctrina estética, en donde sugiere un sentido en los valores simbólicos de las letras, la forma caligráfica, su textura y artificio gráfico, el color y el espacio entre los caracteres, como elementos básicos del poema en una configuración plástica del mismo y la integración cada vez más estrecha entre las artes, como la pictórica, integrándola a la problemática, ya compleja, del lenguaje, como una nueva técnica, incorporándolo al bagaje del sentido, con una propuesta casi revolucionaria para su época, aunque había tibios antecedentes.
Mallarmé estableció a la literatura como una interrogación sobre el lenguaje y sus poderes, sin dejar la interpretación al mero hecho de la representación y por encima de la significación inmediata u obvia de la palabra.
El texto poético no es sólo vehículo de un sentido, sino generador de sentidos superpuestos, cruzados; incorporando conceptos como la grafía, la espacialidad, elementos visuales, elementos de contacto, artificios caligráficos.
En el poema, la palabra deja de ser una sucesión de cifras para convertirse en un complejo campo de múltiples sentidos e interpretaciones por encima de la función referencial.
Como investigación del lenguaje, la literatura, rompe sus límites con la crítica, se convierte en crítica literaria, y se involucra con otros aspectos como la teoría estética.
El poema viene a ser para Mallarmé un conjunto puesto en escena: la tipografía, el espacio escrito o en blanco, la forma de la letra, el artificio pictórico, la morfología, el color; un metalenguaje propio que contribuye a la diseminación del sentido, instituyendo con ello la dimensión espacial, el valor en las formas, líneas, colores, palabras o letras como objetos de construcción literaria que aportan al sentido del texto.
En esta propuesta, la suspensión de la forma lingüística, destierra la palabra en su valor de representación única, explicita la fragmentación de la sintaxis, aporta la imagen de palabra o la letra, implicando que la escritura ha dejado de ser un medio sustitutivo de la expresión literaria o la expresión poética, para convertirse en elemento constructivo, aportando su puro valor material, gráfico o fónico.
Pareciera que el concepto de incorporación de elementos externos a la palabra, contribuye a la expulsión del componente emocional de la poesía dado por la palabra intrínseca, para trasformar la palabra en un objeto de operación, sin embargo es una propuesta que al alcanzar el propósito de liberación formal de la métrica, de promover el verso libre, la fragmentación del verso, el sintagma y la letra, el espacio y la forma como elementos perturbadores del sentido, amplía la trascendencia de la obra al incorporar al universo del texto además de la forma de los matices personales, reflexiones y sentimientos de la propuesta poética, adquiriendo una configuración externa a las intenciones del autor.
La actual explosión grafica y apabullante experimentación visual, encuentra sin duda un reflejo en la poética de esta propuesta, que no es otra cosa que la integración de diferentes orígenes de recursos artísticos a la obra poética, en beneficio de la multiplicidad de sentidos.
Es obvio que toda forma de arte transfiere información, incluso desde la negación, todo arte supone una ideología o concepción del mundo, podría decirse que con el simbolismo, además del formalismo, los contenidos han dejado de ser explícitos y destierra la idea de que sea el autor el que tiene que darle, a la obra, la forma que el lector recibe.
El lector tomará sus propias determinaciones y conjunto de ordenación y lectura, independiente de las intenciones del autor.