Si hay razones para interesarse en textos específicos como objeto de estudio, no solo es el hecho de establecer contacto con la percepción o sensibilidad del lector frente al artificio, a la puesta en escena que el escritor expone, a veces, hay lecturas que se emprenden por otras razones, un texto que busca una posición de no representar, sino de aparecer; no produce, seduce, cumple el sentido de generar apetito y pasión, y no se plantea ningún otro horizonte.
Son textos que no florecen, sino que excitan, como una estrella fugaz que genera un fulgor momentáneo y son leídos y consumidos, es decir, se agotan y desaparecen.
Luego, está el texto rico en expresiones, recursos y sobre todo en significaciones.
Las diferentes cepas de escritores se nutren de estas diferenciaciones.
En todo texto hay una trama incierta que es la que el lector se permite tejer, asediada por sus propias lecturas, ajenas al propio texto, que resuelve la significación de manera imprevisible e incluso compleja.
Esta es la clase de situaciones que es interesante en el intercambio entre autores y lectores.
Y es uno de los aspectos que en la Feria del Libro se tiene la oportunidad de abordar.
A muchos les parece trivial el reunir en esos eventos a un escritor con el lector, pero es, sin embargo, un hecho más perturbador, si se quiere, que el simple experimento de respirar por un momento el mismo aire que una celebridad, como si el talento fuera trasmisible por aire o algo así.
La reunión del autor con el lector, permite colocar a un texto bajo cierta dimensión de la realidad, construida entre otros elementos que no están en el propio texto: la intención del autor, la revelación de recursos; el sesgo de lectura acecha el encuentro como un monstruo que se terminará fagocitando el propio texto.
En la mayoría de los casos, un lector influenciado por el clima de lectura solitaria terminará regenerando el sistema de relaciones textuales que ya había establecido con esa lectura, convirtiéndose en una especie de explorador de nuevos significantes y significados, para descubrir que la identidad de los personajes con que convivió durante la exploración solitaria, sus actos, sus motivaciones, encuentran un camino en el laberinto textual probablemente diferente, armando con ello una nueva red de sentidos que desestabiliza, en el mejor de los casos, el sistema de certezas que el lector había establecido.
Cuando se da eso, y se toma conciencia de las implicaciones es cuando la literatura se vuelve un caso de adicción, el mundo comienza realmente a volverse infinito.
En la sociedad actual, se finge que la falta de certezas es lo normal, pero subyacentemente el que sobresale es el que parece no tenerlas, las afirmaciones contundentes, las imposiciones del dogma o el canon, despierta algún tipo de admiración en algunos casos y rechazos en otros, pero nunca indiferencia; sin embargo la realidad de las vacilaciones, los aspectos relativizantes de la vida y sus formas de manifestación en la escritura es del todo ambigua y lejos de establecer certezas, capitaliza las incertezas; el lector amplio no las combate, las disfruta, el juego de sombras y luces, lo dicho y lo no dicho configuran un esquema al que no teme enfrentar.
El autor expuesto ante un público lector, exterioriza comisuras de gestos, detalles de arrugas en las palabras, relaciones intempestivas que no se encuentran en el texto, que son únicas y del momento.
Este intercambio, es uno de los más enriquecedores que la feria del libro ofrece, no solo para comprar libros de ofertas, sino a leer ese libro que se resignifica y escribe durante el encuentro entre el autor y su lector.