Elegir como dispositivo expresivo no sólo el área del lenguaje, sino incluirse el propio autor en el proceso, es uno de los hechos que nos asombran a los que con menos recursos imaginativos, apenas tratamos de comprender al único autor que intentamos ser.
Hace unos días escribí una referencia a Thomas Chatterton, respecto a su habilidad para falsificar una obra literaria, entendiendo ese hecho como algo que “le pasaba” al autor, sin embargo, bajo otra hipótesis, es también el despliegue de una inclusión de las sensaciones, del personaje en carne y hueso, el autor mismo, contenido como un elemento de arte poético en si mismo.
La idea se me ocurrió, porque en un comentario en dicha exposición trajo a colación el nombre de Fernando Pessoa, debido a que ese autor, hace de su mundo de percepción personal el fundamento de la estética poética en la que basa el lenguaje de sus textos.
Cómo percibe el mundo alguien que se calza en la piel de otras voces, estilos, incluso edades diferentes y hasta disímiles entre sí, es un misterio que se toca con lo místico.
Imagino la diseminación de esa percepción como la interacción de mundos simbólicos, un conjunto de relaciones distantes entre sí, que forman parte de un rigor interpretativo sumamente lúcido en el análisis del lenguaje y el producto de sensaciones en el lector.
Una cosa es escribir lo que se cree que se escribe y otra la que el lector cree que se escribió.
Este tipo de autores, parece administrar en forma increíblemente precisa ambos pliegues del lenguaje, el que se escribe, el que se lee.
La verdad es que no creo que esa decisión constructiva se pueda extraer de una personalidad disociada, como muchas veces se ha dicho de Pessoa, la multiplicidad coherente de su poética, no parece tener origen en la casualidad del desarrollo de diversas personalidades.
La obra de ambos autores es precisa, consistente, lúcida, en la cual el artificio lingüístico no se circunscribe al desarrollo de personajes diversos o a historia diferentes, sino a recursos heterogéneos, estilos de escrituras, biografías y puntos de vista desde la mirada de autores incomparables, en algunos casos poetas, en otros crítico y bajo una personalidad completamente única con un enorme expresividad en cada una de sus propuestas.
Otro autor sospechado de la misma tendencia a crear heterónimos fue José Maria Eca de Queirós, Portugués, 1845, que llamó la atención desde sus comienzos por la novedad de su estilo, y que tenía la manía de establecer correspondencia escrita consigo mismo bajo la vehemencia de sus heterónimos, habiéndose publicado las cartas que se escribió con Fradique Mendes, inventado por él mismo. Este autor es más conocido por su libro más difundido, El Crimen del padre Amaro, llevado al cine.
Y no puedo dejar de lado otro autor, SorenAabye Kiekergaard, el filósofo y teólogo danés, toda una curiosidad en el rubro de autores con el uso de heterónimos, pues su temática se desarrollaba respecto a temas religiosos, de cuestionamientos sobre la naturaleza de los sentimientos humanos, y los planteamientos que la vida presenta, exteriorizando sus argumentos mediante seudónimos con los que construía diálogos, exponiendo las diversas cuestiones que eran objeto de su obsesión, desarrollando con ello una obra que ya en el siglo XIX, era difícil de catalogar, pero a la que se encontró diversos matices de los movimientos existencialista, postmodernista, humanista, individualista, entre otros, con lo cual se puede deducir el profundo conocimiento de los diferentes discursos con que desplegaba su escritura.
No es de extrañar que se lo considere uno de los escritores más influyentes en la figura del pensamiento contemporáneo.
Volviendo al presente, y a raíz de que el tema pareció surgir de una crítica hacia la actividad en el mundo virtual de crear personajes que dialogan entre sí, en algunos casos bajo la sospecha de obtener algún beneficio económico debido a ganar espacios como la tapa de una publicación, quería hacer notar que es una actividad que en otro orden y contexto ha generado obras extraordinarias, sin el ánimo de comparar con ello a nadie en especial.
Y que desde Chatterton en adelante las motivaciones parecen haber sido económicas también. Desde otro punto de vista, no parece ocurrir otra cosa que las dificultades de la vida tienen el mal gusto de ocurrir cíclicamente, y que hay fórmulas, ya probadas, que dieron un resultado exquisito.