De alguna manera las tendencias en las artes suelen analizarse en forma de crónica, como las eras, como si una era suplantara a otra.
Este es el caso del posmodernismo y la modernidad, como si el primero fuera una suplantación de lo segundo.
La realidad es que especialmente en literatura, las diferentes dialécticas conviven y por más que unos u otros centren sus comentarios y fobias en la elección de una u otra, lo cierto es que precisamente esa discusión mantiene vigente a ambas.
La realidad cohabita con varios universos, el pensamiento modernista a su vez, convive como una vanguardia para la literatura que la precedió, el estructuralismo.
El posmodernismo realiza el mismo movimiento: conmueve las definiciones en que le toca desarrollar su presente.
Había tantos problemas en la negatividad modernista que el posmodernismo vino a dar esperanzas, con su discurso aparentemente del “todo vale”, desterrando la idea de la literatura de niveles sociales o de elite como relación entre calidad literaria, escritura y temas.
El posmodernismo, luego de superar las resistencias usuales, vino a demostrar que los grandes temas, lo social, lo político, lo coyuntural, no cae fuera de su visión, y que otro modo de mostrar las mismas preocupaciones no degradan el paisaje literario, sino por el contrario lo enriquecen.
Lo cierto es que amén que las vanguardias siempre dejan de lado estas divisiones de las definiciones, el posmodernismo se ve enfrentado, no a una propuesta estética o intelectual posterior, sino a su más directa contraparte: el modernismo.
Algunos intelectuales hablan de la modernidad que superó a la posmodernidad, colocando a autores como Becket, vigente inesperadamente en la actualidad, como un ícono válido que combate (como si fuera una guerra de conceptos) los supuestos estragos de la posmodernidad.
Lo cierto es que parece un retroceso histórico, por varias razones, en principio porque el hecho de que se haya tomado erróneamente a la posmodernidad como una especie de modelo salvador de la depresión teórica o creativa de la modernidad, es un modelo que plantea conceptos que están vigentes: la lucha social y grandes temas imbricados en los pequeños sucesos, a veces cotidianos de planteos diarios o personales.
Muchos consideran que el modelo “post”, tiene fuerte representación en el modelo estadounidense, pero no de la literatura, sino de la idiosincrasia de vida estadounidense, lo mediato, la liviandad, lo kitch o mezcla de culturas o mixturas de estilos se confunde con el descuido o no intencional, y en muchos casos, un proyecto en todo caso que se parece demasiado a la cultura capitalista: ahora y sin rebuscamientos.
Mientras que la literatura de la modernidad, cuenta con lectores de detalles, sobre todo la literatura latinoamericana, en donde los personajes, los pequeños hechos, y la racionalidad y conjunción de argumentos es cuidadosa y no exenta de juego en el contexto de otras lecturas de igual altura, todo lo que conlleva a una elaboración cuidadosa, a veces extrema, que es tan característica de los grandes autores como Becket o Joyce, o Saer y Onetti, por incluir a autores latinoamericanos importantes.
La imposibilidad de asociar la realidad con la narración, o de narrar la realidad aparece desde mucho más atrás que la modernidad se hiciera presente, pero las historias pasan de ese concepto y pujan por darse cuerpo, de la mano de los diferentes escritores sin que por ello se deje de lado la insistencia en darles un marco teórico a esa escritura.
La literatura muta en conjunto con las épocas que le toca exponerse, y que no es ajena ni al sentir popular, ni a los movimientos políticos del país en el que se desarrolla, así como a los actos que los hombres realizan dentro de esos contextos, y la literatura, al fin de cuentas, aunque no se le pueda asignar nombres precisos de lo que trata es de dar cuenta de las historias de esos mismos hombres o hechos que la constituyen.