A la gente, con el tiempo, se le cae la comisura de los labios hacia abajo; exageradamente a veces al poeta mientras recita, pensé mirándole el gesto al viejo.
De repente caí en la cuenta de la importancia de la palabra en combinación con la mueca de la boca.
La misma palabra deja otra impresión si fue dicha desde unos labios con forma de luna en el poniente, enmarcada en una cara estampada con ideogramas chinos.
Las palabras prorrumpían lo circunspecto y se engullían lo que las rodeaba; mientras el viejo hablaba, la luz se expelía con el aliento y el olor a pis de gato se movilizaba como en embudo.
Éramos varios jóvenes sentados en sillas de plástico como de feria barata, en trance, escuchando los poemas, tratando de eludir el roce de los gatos enredados en nuestras piernas.
Creo que mis 22 años me permitían asegurar que yo era el más joven, sería por ello que me daba permiso de sensibilizarme explícitamente y patear a los gatos disimuladamente.
No podía dejar, además, de pensar en mi madre enferma, que me estaría esperando.
El mismo encanto que envolvía las palabras me mantenía inmóvil en esa atmósfera espesa de reflexión bajo la que parecíamos nivelados, sintiéndonos trascendentes.
El viejo tenía un chaleco negro, que daba la impresión de apropiarse de las sombras, con muchos bolsillos, hocicudos, muy visitados, con una forma caída que contradecía el contrapeso de la comisura de los labios, discrepando con el ánimo poco indulgente de las palabras que soltaba.
Tuve casi la seguridad de que este efecto de “insonrisa” de la comisura, sin tener que ver con el efecto de la gravedad newtoniana, estaba siendo utilizado por la gravedad vital de la poesía que nos apretujaba contra el olor, el aire y conjuraba otras incomodidades.
Me di cuenta que como consecuencia de vaciarme de la tensión que pensar en la enfermedad de mi madre se me plegaban los pensamientos entre las palabras y ella.
Era una lástima que mi madre, entre otras cosas, se hubiera quedado sorda, condición que la inhibía de participar, como yo, en ese conjunto de trasplantes, podas y luchas personales contra el desplome de las comisuras que la palabra poética intentaba.
A mi madre la imposibilidad de oír la mantendría inmune a la poesía. El proceso de contracción de las comisuras ya la había tomado, y eso fue peor que la enfermedad.